RAFAEL DE BRIGARD, Pbro. | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Abril de 2013

No es más que decadencia

Es ya larga, tediosa y bastante agresiva la ola del llamado progresismo con que se pretende darle una nueva faz a la sociedad colombiana, siguiendo siempre con retardo a sociedades francamente decadentes. Y es que lo que a unos parecen ser signos de progreso y desarrollo moderno, al analista serio y documentado, no pueden resultarle sino señales de una imparable decadencia. Y la gente que se mueve en ciertos sectores de nuestra sociedad, hastiada del nihilismo de sus vidas, de la inestabilidad emocional de su deambular existencial, de su falta de horizonte espiritual, ha optado, o le han  hecho optar, por unas luchas ideológicas antihumanas, absurdas y que no son más que prolongación de su vaciedad vital.

Hay un contraste que es importante dejar ver en las actuales circunstancias de la vida colombiana. Junto con el espíritu francamente religioso y católico de la mayoría de los ciudadanos se ha ido extendiendo un cristianismo de corte evangélico, y entre ambas vertientes, la católica y la evangélica, el común de la gente nuestra, sigue viendo en la fe religiosa su norte vital más claro y sobre el cual hay que seguir caminando. Al lado de esto, o quizás al frente, se encuentra esta ola de los autodenominados progresistas que, en su gran mayoría, están sumergidos en un mundo sin Dios ni ley, ajenos a toda ley natural y desde luego espiritual, decididos a desconocer toda antropología y toda historia social, para situarse en los abismos de una supuesta igualdad que termina por ser un nuevo modo de discriminación, en este caso, de las mayorías.

Es absolutamente decadente el pensamiento o la ideología que hoy marca profundamente a unas pequeñas élites situadas generalmente en lugares de influencia. Y tienen acorralados a los medios, a las cortes, a las instituciones públicas. Lograrán cositas, pero el diario vivir dejará ver cuán frágil es lo que proponen. La oposición les llegará más fuertemente, no desde las instancias morales y religiosas, sino desde el sentido común de la humanidad que se sabe heredera de unas leyes naturales llenas de bondad y racionalidad.  Por más que se pretenda mostrar como natural lo que no lo es, como normal lo que no ajusta, como fuente de felicidad lo que hace sufrir, el esfuerzo es inútil. Y como viene sucediendo de tiempo atrás, esto terminará por encerrar en mayor soledad y drama a quienes, teniendo problemas graves y urgencia de ser ayudados, son sedadas con la mentira maquillada. Otra violencia.