RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Abril de 2013

Cómo no dominar a la gente

 

Pese  a todas las apariencias, la mayoría, si no todos los movimientos sociales actuales, buscan hacer lo que supuestamente combaten: dominar a la gente. Todos aparecen en escena con discurso liberador, pero pasada la euforia inicial sus adeptos se descubren amarrados por consignas, ideologías, ritos, aportaciones, gurús, estilos de vida, etc. Es decir, caen en el pecado original de absolutamente todos los que quieren redimir a los seres humanos de los mismos seres humanos. El asunto tiene algo de paradójico y mucho de espíritu ladino.

Todos los fenómenos que aglutinan a la sociedad, sean de carácter político, cultural, religioso, humanitario o de cualquiera otra índole están en el riesgo y suelen caer en él, de querer, explícita o implícitamente, dominar a la gente. Casi nunca saben cómo no hacerlo y acaso ni les interesa. Y en esa sed de dominio es que se engendran todos los problemas, todas las rebeldías y seguramente todas las violencias. La capacidad de ofrecerles herramientas vitales a las personas para que sean ellas mismas las que gobiernen sus vidas es muy escasa. Los grandes movimientos sociales parecen más expertos en armar corrales que en invitar a recorrer la llanura. Y les molesta sobremanera ver a algunos fuera de la empalizada.

En parte esta dinámica de la dominación se da por la pasividad de muchísima gente en casi todos los campos de la vida. No ejercitan su conciencia, su voluntad, su inteligencia y casi sin darse cuenta las hipotecan a cuanto mercachifle pasa por la calle. Y también se da porque los administradores de las herramientas se presentan con frecuencia como propietarios de las mismas y subyugan indebidamente a las personas. Qué interesante sería el que desde las más importantes e influyentes instituciones sociales se repensara un poco la labor que se tiene que hacer con las personas, haciendo compromiso de no dominar a nadie, sino de servir a todos para su desarrollo, para el despertar de su conciencia y para llenarlos de poder para decidir su destino y la forma de vivir en alegría y libertad. ¿Un límite? Claro que lo tiene que haber, pero lo descubrirá con naturalidad quien en verdad viva plenamente su vida y mire de igual manera al otro. En esto de buscar dominar a la gente es que se nos van ingentes cantidades de energía que más bien deberían utilizarse en dar cauce a las fuerzas del espíritu y de la libertad.