RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 4 de Mayo de 2014

Los que mueren en paz

 

Las noticias suelen hablarnos de los que no mueren en paz, sino en ámbito de violencia, de accidente, de guerra. Pero la gran mayoría de las personas muere en paz. Con esto afirmo que la gente suele llegar naturalmente a la muerte y aunque con frecuencia hay días, meses o años previos de enfermedad, el camino se recorre según las inexorables leyes del ciclo vital. Los ministros de la religión somos testigos privilegiados en este sentido y el testimonio que podemos ofrecer tiene más de memoria serena  que de drama inconsolable. También somos acompañantes de una realidad que nada tiene de extraña ni de ocasional, sino que es diaria y hace parte de lo más común de la existencia.

La muerte ha sido desdibujada a través de aquella que se produce sin necesidad, siempre fruto de la injusticia, y por qué no decirlo, a través de la caricatura grotesca en que la han convertido quienes la cuentan y comunican. La hermana muerte era la expresión utilizada por el pobrecillo de Asís. Sí, ha de ser tenida como hermana y tratada desde esa condición. Para esto se requiere familiaridad, conocimiento, observación natural. Habría de ser vista, más allá de sus diferentes presentaciones, como una realidad que en últimas no solo llama sino que espera a todo ser viviente.  Quizá para los vivos en algún tiempo, el final no era cosa extraña ni repudiable, pero el auge de una cultura plástica quizás nos ha hecho negar nuestro destino ineludible.

En el encuentro pacífico con la muerte siempre ha jugado papel inigualable la espiritualidad. Allí hay sentido y fortaleza, comprensión y capacidad de asumir el paso siempre difícil. ¡Ah!, porque la espiritualidad no cree en ningún fin definitivo, sino en tránsito a condición muy diferente y muy superior para aquello que constituye la esencialidad de toda vida humana. Acaso el discurso espiritual no tenga más tarea que la de comunicarnos cuán finita es la materia, sin por ello dejar de ser útil y necesaria, y cuán grandes son los universos de lo espiritual y cuya perdurabilidad está fuera de toda discusión sensata. Así, pues, son muchos los que en realidad mueren en paz, sabiendo que todo estaba anunciado desde el día del nacimiento y que existe una posibilidad real de entrar para siempre en el orden del buen amor, donde llanto y sufrimiento, dolor y pena serán solo recuerdos que evanescen en un lejano y pequeño pasado.