RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Febrero de 2012

Mayorías silenciadas y silenciosas

 

 

Las sociedades contemporáneas han sido copadas por las minorías en sus instancias de opinión y quizás también de gobierno. Poco a poco y sin interrupción estas pequeñas fuerzas han ido aprovechando la somnolencia habitual de las mayorías, seguras estas últimas de que el mundo nunca cambiará. Todo comenzó con una buena intención y era que las minorías también pudieran vivir en paz y en medio de un ambiente de respeto y justa tolerancia. Pero a algunas se les extendió la mano y ahora se han tomado el codo y algo más. Sorprendentemente las mayorías sienten temor de responder y de hacer valer sus derechos y logros justamente alcanzados.

Las famosas encuestas de opinión, con los peros que puedan tener, a veces dejan ver la situación en cuestión. Alguna de esas encuestas, y por poner un ejemplo viejo, referida a los automóviles, reveló que el carro más apreciado por las mayorías era, si mal no estoy, el Chevette, el cual apenas sí se mencionaba en las listas de los expertos y era visto comercialmente como de poca importancia. Los especialistas, los expertos, los dueños de la opinión, los ruidosos voceros de las verdades preseleccionadas, ni siquiera habían pensado en el mismo. Es decir, cuando a las mayorías se les da en verdad la oportunidad de hablar, sin manipulaciones previas ni actitudes hostiles precalculadas, el mundo que sale a la superficie resulta muy distinto del que se quiere imponer como “agenda” de minorías envalentonadas.

La sociedad colombiana sí que ha sido víctima del implante artificial de modos de vida, de planteamientos conceptuales, de leyes y otras realidades que poco y nada tienen que ver con su natural modo de ser y actuar. Pero en parte se lo merece por su proverbial pasividad y por el individualismo tan acentuado que nos caracteriza. Sin embargo, hechos que atañen a la política, al matrimonio y a la familia, a la religión, a la educación y a las relaciones sociales y que se están dando hoy en forma cada vez más explícita tienen que alarmarnos para que no terminemos cubanizados, es decir, formando parte de un sistema de vida que todos abominan hasta el fondo del alma, pero al cual no se le hace resistencia alguna.

Quizás el justo equilibrio, pues no se trata de eliminar a nadie, podría provenir de dos fuentes: unas mayorías empoderadas y unos líderes en todos los órdenes que retomen las banderas justas de las mayorías, sin aplastar a ninguna minoría, pero sí ubicándolas en su lugar apropiado.