Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 6 de Diciembre de 2015

La paz de los políticos

“Hay que mirarla con lupa porque es un juego de poderes”

No  son pocas las personas que nos preguntan a los sacerdotes qué pensamos del tema de la paz, en la cual dicen estar empeñados el actual gobierno y también la guerrilla. Y nos los preguntan para recibir una orientación y, eventualmente, tomar una decisión. No obstante querer dar una respuesta clara, no es tan fácil pues poco y nada se sabe acerca de lo que se está pactando en la capital de Cuba. Y no es que nos guste, faltaba más, la realidad de la violencia que ha consumido tantas vidas y bienes de nuestra sociedad. Pero tampoco podemos ciegamente abrazar un proyecto que desconocemos y que hasta ahora, en verdad, no produce un sentimiento claro.

La paz que suelen armar los políticos hay que mirarla con lupa. Porque es una paz negociada, es decir, no tiene como valor central la paz en sí misma, sino un juego de poderes en el cual cada uno -gobernantes y guerrilleros- se preocupa de su posición en el futuro, del poder que quedará a su disposición y la forma como podrá seguir mandando sobre la población. En medio de estas personas queda la ciudadanía, su vida, sus bienes, sus proyectos. La atmósfera de la negociación, al menos en lo que se dice públicamente, está empalagada de palabras como reconciliación, perdón, reconstrucción, indemnización, verdad, etc, pero sus contenidos no son claros ni unívocos. Queda la sensación de que aparte de dejar las armas (a propósito: ¿dónde están, quién las tiene, cuándo las entregan?), ni gobernantes ni guerrilleros quieren cambiar ni mucho ni en nada concreto.

 

Los creyentes, por mandato del Evangelio, estamos llamados a luchar por la paz. El Papa ha dicho que las cosas comienzan por uno mismo, antes que pedirle cambios a los demás. También somos invitados a orar incesantemente para obtener el don de la paz. Igualmente nos compete crear y propiciar ambientes de justicia que hagan que cualquier asomo de paz pueda echar raíces profundas. Pero no menos importante es que cualquier perspectiva de paz esté aclimatada en ambiente de libertad, de respeto a la vida y a los bienes, de reparación a las víctimas de parte de las guerrillas destructoras y esto también es exigencia que hacemos los creyentes en la dignidad de las personas. Para un cristiano la paz es la que viene de Dios; la de los políticos, si encaja allí, bienvenida sea. De lo contrario, hay que dejar madurar los procesos y no pecar de ingenuos para que en pocos años no estemos añorando el malestar actual en el cual todavía es posible, al menos, respirar.