Rehacerlo desde adentro
Como munición que casi nunca da en el blanco se puede calificar la montaña de leyes con que se pretende aconductar a la sociedad colombiana. Se legisla contra la corrupción, contra la inmoralidad, contra el vicio, contra la evasión, etc., pero todo es en vano.
El ciudadano que habita en estas tierras es esquivo, no quiere otra ley que sus pasiones y desórdenes. Las cárceles no pueden recibir un reo más. La Fiscalía no tiene cómo investigar el caos en que se vive y actúa. No se puede negar que hemos engendrado un tipo de persona que parece no obedecer a nada diferente a sus instintos, al aprovechamiento propio, al oportunismo más grotesco e inclemente. En Colombia hay un ser humano por rehacer, pero desde adentro de él mismo.
Rehacer al hombre y a la mujer que habitan este territorio no es tarea fácil. Hay una resistencia muy grande a aceptar que existen unos valores objetivos universales. La promoción de los mismos es atacada con ferocidad como actos de fundamentalistas y doctrinarios. No es nada fácil tratar de abrir surcos para sembrar algo nuevo, aunque siempre ha existido, que haga de cada ser humano en verdad una mejor persona. Nos movemos con unas religiones y espiritualidades que apenas logran barnizar a hombres y mujeres, pero no impregnarlos de todos los tesoros que conlleva su sincera aceptación. La ética que se enseña hoy, donde se enseñe aún, es un discurso resbaloso, ridículamente tímido y neutral, que no impresiona ni atrae a nadie. Y hablar de conciencia resulta poco más que ofensivo para una mentalidad que apenas si ve en el hombre algo más que carne y huesos.
Y, sin embargo, se hace necesario insistir en que hay que reconstruir al hombre y a la mujer colombianos por dentro. Es inútil seguir legislando sobre lo que sea. Los problemas más hondos de nuestra sociedad están en lo que rige la mente y el corazón de millones de personas, no en las estructuras sociales, que apenas son un reflejo de esa interioridad en agonía espantosa. Educadores, padres de familia, predicadores, escritores, comunicadores de todos los medios, políticos, todos los que pronuncian palabras audibles, tienen en frente un reto gigantesco y es el de generar nuevos procesos interiores en la gente que los ve, los oye, los lee. Lo que hemos sembrado hasta ahora ha sido un total desastre y somos responsables. Como lo es cada ciudadano que vive caóticamente.