RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Julio de 2012

Sueldazos

 

De vez en cuando se filtra a la opinión pública el monto de los salarios de algunas personas que ocupan altos cargos, tanto en el sector público como en el privado. Se queda uno boquiabierto por no decir escandalizado. En la crisis de los sistemas de salud, hace unos meses se habló de un directivo que podría ganar algo así como noventa millones de pesos mensuales. Y es tan claro que no son sueldos que se correspondan a la situación general de la población colombiana, que suelen mantenerse como información confidencial y que no debe filtrarse más allá de quien gira el cheque del hombre o la mujer que nada en semejante cantidad de dinero. Se dice que por razones de seguridad. Realmente es por cierta vergüenza.

Deben existir unos parámetros para fijar, no los sueldos, sino los sueldazos de cierta gente. Parámetros que por lo visto no tienen en cuenta lo que gana el común de los colombianos. Pero que también a veces suscitan la pregunta sobre lo que hace una persona para que se le deba asignar una cantidad de dinero tan astronómica. En un país como Colombia, donde todavía hay tanta pobreza y donde la gente pide cacao para que le rebajen el pasaje del bus, suena muy destemplado que haya un poco de gente que se embolsille tanta plata cada mes. Que es el mercado, que eso es normal de nivel internacional, que el señor sabe mucho, que la señora es muy estudiada, lo que se quiera, pero a partir de ciertas cifras, algunos sueldos desentonan completamente en la realidad social colombiana.

Es curioso el hecho de que seguramente muchos de estos millonarios a punta de sueldo sean partidarios de la responsabilidad social, de la acción del Estado hacia los más pobres, de los beneficios extras para sus empleados, pero nada que ponga en cuestión sus extravagantes ingresos mensuales. En esto hay también un capítulo no abordado del famoso tema de la justa distribución de la riqueza. Sería deseable que para todos los empleados de una organización los ingresos fueran igualmente satisfactorios, aunque no todos ganaran lo mismo. Pero que no hubiera diferencias tan grotescas y abismales. En este tema puede haberse perdido la virtud de la mesura, la moderación, que no sacrifica la justa remuneración, pero sí evita la injusta distribución de las ganancias que se construyen entre todos. La pasada del camello por el ojo de una aguja sigue vigente.