El almirante norteamericano John Aquilino ha desarrollado la interesante conjetura de “la rana en ebullición”.
Como comandante de las fuerzas de los EE.UU. en el Indo-Pacífico, él se ha dedicado a estudiar la conducta de China, como su principal rival estratégico.
Y al hacerlo, ha descubierto que Pekín aplica una estrategia muy ingeniosa: la de someter a su adversario a una especie de banalización del riesgo.
Eso significa que China va incrementando muy lenta y gradualmente, casi imperceptiblemente, la temperatura agresiva sobre Washington.
Al hacerlo de ese modo, el otro va adaptándose a esa gradualidad, así que cuando llegue al punto de ebullición ya será demasiado tarde para reaccionar y, por ende, habrá sido derrotado, o paralizado.
Y, para efectos prácticos, quedar paralizado es exactamente lo mismo que haber sido derrotado.
En efecto, los chinos han expandido cuidadosamente su imperio económico creando una red global de compromisos que les fortalecen claramente en este campo.
Aunque no con la misma velocidad y solidez, también se han preocupado por la influencia diplomática, mediando, representando, o asumiendo la vocería en problemas acuciantes de naturaleza regional o global.
Y como una tendencia está ligada a la otra, fortaleciéndose mutuamente, aparece la tercera, la militar, campo en el que China ha venido avanzando vertiginosamente tanto en lo naval como en lo cibernético y lo aeroespacial.
Y lo ha hecho con guante de seda, con fino tacto; tan sutilmente que, al no haber sido atacados frontalmente, los Estados Unidos no han alcanzado a ser plenamente conscientes de que la temperatura estratégica está a punto de llegar al grado de ebullición.
Empezando por el inevitable (¿ineluctable?) ataque que, tarde o temprano, los chinos lanzarán para apoderarse de Taiwán.
Con lo cual, habría que preguntarse por qué ellos desarrollan esta conducta de “ponerse al borde del abismo” para lograr, a cualquier precio, el objetivo histórico que se han impuesto.
¿Será esta una conducta plenamente racional, a pesar de que, al desarrollarla, podrían caer en lo que en teoría y práctica estratégica conocemos como la “destrucción mutua asegurada” ya que los EEUU no permitirían, bajo ninguna circunstancia, la toma de Taipéi?
¿O es que, acaso, China ya ha hecho una metódica y precisa valoración de los escenarios y ha llegado a la conclusión de que vale la pena asumir el riesgo puesto que Washington no entrará en guerra abierta con ella tan solo por defender a la isla?
Aun así, asumir que las promesas norteamericanas de apoyar a Taiwán son tan solo una fanfarronada (puro “bluff”), podría constituir un grave error de cálculo que retrotraería la cuestión a la antedicha y apocalíptica figura de la destrucción mutua asegurada.
Bastaría con recordar otra fábula: la de la rana y el escorpión.