“Empecemos por el cuerpo que somos”
Los seres humanos nacemos en profunda conexión con todo lo que existe. A medida que vamos creciendo y se consolida el proceso de individuación perdemos ese vínculo fundamental con la Totalidad. Nuestra tarea es recuperarlo.
Un bebé tiene confianza absoluta en el proceso de la vida: no teme llorar para expresar alguna de sus necesidades básicas y sabe que de alguna manera serán satisfechas, que será apoyado, cuidado, amado. Esa confianza se puede envolatar tempranamente en casos de abandono temporal o permanente; sin embargo, no desaparece del todo pues, aunque por momentos no lo parezca, siempre estamos sostenidos en el amor, incluso si somos dejados a nuestra propia suerte a escasas horas de nacer. La vida es ante todo un proceso amoroso, en el que ninguna situación es carente de sentido; las circunstancias difíciles, incluidas las extremas, nos pueden llevar a estados de mayor consciencia si sabemos leer las señales y aprovechar las oportunidades o si estamos en esos escenarios duros que no deseamos a nadie pero que son perfectos para cumplir nuestra misión.
En algún momento de nuestra vida aprendimos a no confiar: lo experimentamos físicamente cuando de pequeños nos dejaron sin atención más de la cuenta y vivimos situaciones de hambre, incomodidad o maltrato. También pudo haber sido una vivencia emocional, en la que nos engañaron, nos mintieron o nos excluyeron del sistema familiar, e instalamos en nuestro interior un miedo permanente. O una experiencia mental que nos lleva a dudar de lo que sentipensamos porque alguien se puede burlar de aquello que expresamos. Todo ello nos pudo haber llevado a no confiar en nosotros mismos, en nuestras capacidades y potencialidades, en nuestra misma dignidad.
La desconfianza lleva en su interior la propia cura, confianza. Confiar cuando hemos naturalizado la duda y el miedo en nuestra vida es, en efecto, una tarea difícil. Posiblemente también hemos llegado a dudar de la existencia de una energía más grande que nosotros mismos, la llamemos Dios o Alá, bien sea que la imaginemos fuera o dentro de nuestro ser. A lo mejor nunca hayamos creído en un dios ni en que podemos crecer tanto espiritualmente que lograríamos hacer milagros más prodigiosos que los realizados por Jesús. Entonces, volver confiar con esa carga a cuestas se hace casi imposible. Sin embargo, basta con darnos cuenta de lo que pasa en nuestro cuerpo a pesar de nosotros mismos para re-aprender a confiar.
Podemos confiar en que nuestro estómago digiere los alimentos para ser transformados en los nutrientes requeridos por cada célula. Podemos confiar en que nuestros pulmones llevarán oxígeno a la sangre, que esta fluirá armónicamente por nuestras arterias gracias a los impulsos de nuestro corazón. Podemos confiar en nuestro olfato que nos permite percibir el aroma de la flor, así como en nuestros ojos y las imágenes que gracias a ellos se producen en nuestro cerebro. Re-aprender a confiar pasa por ser conscientes de todo cuando ocurre en la corporeidad que somos, las manifestaciones permanentes de la vida que surgen para que recordemos y actualicemos el prodigio de la vida. Re-aprendiendo a confiar desde nuestro cuerpo tenemos una experiencia profundamente espiritual, ante la cual podemos maravillarnos y dar gracias.