Que el liberalismo está en crisis es una percepción generalizada, aunque esto no implique que se haya impuesto el apoyo a su némesis, es decir a los populismos autoritarios de cualquier signo. Se percibe sí una especie de hartazgo respecto a un modelo político resbaladizo y adaptativo que no ha conseguido cumplir con las expectativas, ni capear las últimas crisis. Borrada del panorama la alternativa comunista y la socialista entrando en barrena como lo viene expresando Fernando Savater, tampoco se conocen visiones que puedan considerarse una sólida defensa del proyecto liberal.
Por lo anterior, Cass R. Sunstein un reputado profesor de Derecho en Harvard ha escrito un artículo publicado en The New York Times, que ha avivado la polémica sugiriendo que quienes se han apresurado a enterrar el liberalismo, en realidad, han terminado enterrando su caricatura porque, en su opinión, el modelo liberal no tiene los errores que se le suelen atribuir. Es ridículo, escribe, “identificar el liberalismo con el entusiasmo por la codicia, la búsqueda del interés propio y el rechazo de las normas”, extremos que no comparte el auténtico liberalismo.
Sunstein resume en seis puntos el credo liberal: libertad, derechos humanos, pluralismo, seguridad, Estado de Derecho y democracia. Sostiene además que el liberalismo “no es de derechas ni de izquierdas pues consiste en un conjunto de compromisos en materia de teoría y filosofía política”. Se trata de una actitud ante la vida comprometida con la autonomía individual como medio para promover el bien social. Es un acuerdo de mínimos en el que la base es remover todas las sujeciones y presiones a la libertad y sobre este fundamento, atender también a la igualdad, pues hay condicionantes –económicos, culturales, sociales– que pueden limitar la libre toma de decisiones.
Pero principalmente el liberal es partidario de un sistema de libertades lo más amplio posible. Por ejemplo, ama por encima de toda la libertad de conciencia y de expresión. Y en este punto interpreta la moda de las cancelaciones como un exabrupto. Los liberales están “comprometidos con la diversidad de opiniones, no les gusta la ortodoxia, ni siquiera en los campus universitarios o en las redes sociales”. Tampoco es lo mismo que el neoliberalismo pues este conlleva ausencia de regulación y en los liberales no hay ningún “dogma” contra medidas redistributivas en aras de la igualdad de oportunidades.
En fin, la apología de Sunstein constituye una defensa de lo que conocemos como Democracia Liberal o Estado de Derecho a la que pocos peros se le pueden poner. Pero adherido al individualismo y al racionalismo sin conexión con valores éticos universales o criterios sustantivos, como señala Gregory M. Collins (profesor de Filosofía Política en Yale) en un artículo que polemiza con el de Sunstein, la atmósfera liberal es algo buenista y puede ser habitada por diversas ideologías políticas como en efecto ha sucedido.
Es que, según Collins, lo que revelan los argumentos de Sunstein es el escaso arraigo antropológico del liberalismo moderno. Para decirlo con claridad: la imagen del ser humano que subyace al modelo es parcial, de modo que hay, como se encargaron de hacerlo ver los comunitaristas, una debilidad crónica, una insuficiencia radical que aflora en los momentos de crisis.
La construcción teórica liberal parte de que son los individuos quienes crean y determinan el despliegue de la vida política (diseñan instituciones, revitalizan la sociedad civil, fomentan el pluralismo y la libertad), pero deja sin contestar el para qué de la comunidad política. “El liberalismo de Sunstein no es posible sin condiciones religiosas, sociales y éticas previas. Porque es la familia, no el individuo, la unidad social fundamental para una comunidad floreciente” sostiene Collins.
Ambos tienen razón. En cualquier caso, parece claro que la redefinición ideológica que se está produciendo exige a las derechas y las izquierdas despreciar los cantos de sirena del autoritarismo.