La expectativa ciudadana de cambio que predominó en las elecciones pasadas y la consolidación de un bloque mayoritario en el Congreso de la República, hacen pensar que esta vez sea la vencida para una reforma política.
De hecho, avanza la discusión parlamentaria de temas simbólicos como el recorte del receso legislativo o la reducción de los honorarios para los congresistas.
Tiene el país la oportunidad para deliberar sobre estos ajustes y el legislativo la responsabilidad de encauzarlos, de tal manera que no se queden en remedios cosméticos y que no se frustren los anhelos populares. No se olvide que la insatisfacción ciudadana por los auxilios parlamentarios, fue la chispa que detonó el proceso constituyente del 90.
Sobre la mesa figuran otros aspectos que demandan atención, como el manejo de las listas para corporaciones públicas que prevenga el canibalismo corruptor auspiciado por el voto preferente, la paridad de género, la financiación de las campañas electorales, las reglas para el funcionamiento del Congreso y los cambios por una justicia electoral anticipatoria y fortalecida.
Mucha deliberación reclama estos asuntos, tanto como que aquella se abra a la gente. El éxito de la reforma depende de su construcción y apropiación por la sociedad. Sin esa legitimidad todo esfuerzo será inútil, pues la política es de la ciudadanía y no de los políticos.
Pero así mismo, qué importante que el debate no se agote con la consideración de artículos, requisitos y procedimientos. El mundo cambió y en esa transición la democracia enfrenta profundos retos que podrían conducirla a su desaparición.
La Unión Europea hace duelo por la monarquía clásica, mientras experimenta temores por una posible estanflación, un “otoño caliente” y un invierno sin gas. Predominan cambios en el orden global, en tanto Rusia hace ejercicios militares con China, busca fortalecer su moneda y mantiene su ocupación a Ucrania.
Al interior de las sociedades se exacerba la polarización y se posiciona la posverdad, con la expresión de una sicopolítica que somete a los individuos, como lo explica Chul Han. Se pierde progresiva e imperceptiblemente el espíritu democrático, máxime cuando la gente se enfrenta al hambre, al empobrecimiento inflacionario, a la violencia, a la delincuencia callejera y transnacional.
Se requiere reconocer lo estructural en materia de cambio político. Al desgaste de la democracia representativa ha de responderse con nuevas formas de democracia deliberativa. Ya no es ficción, por ejemplo, que en las asambleas participen políticos y ciudadanos, que también pueden ser escogidos al azar, conforme experiencias de Islandia, Irlanda o Australia.
Es el tiempo de redefinir el gobierno, bajo la forma de la democracia digital y aplicar en ella las posibilidades de la inteligencia artificial, sin temores. Corresponde construir la política para el metaverso.
Acaso, ¿se ha pensado cómo debe funcionar el gobierno de los trinos o articularse los espacios políticos con el mundo de las redes sociales -el estado de opinión digital con la representatividad- o cómo utilizar los recursos tecnológicos y de IA para sustentar decisiones públicas y proyectar escenarios de presupuesto y planeación?
Más allá de si se vota electrónicamente, ¿cómo han de ser la consulta y la vigilancia ciudadana, cuando es posible tener conectada la sociedad en todo momento? Identificar los derechos humanos digitales es prioridad en este tiempo.
Centrar la atención de la reforma en una nueva ciudadanía y en la necesidad de refundar la política, tan relegada en un mundo atomizado y disperso por la nube cibernética, son objetivos esenciales que no pueden perderse de vista.
Más que nunca se necesita ver el bosque y no solo el árbol.