Este país no podrá alcanzar nunca una paz, un descanso, una tregua, una esperanza, un respiro, una calma. La mezcla que nos han dejado las razas que formaron al colombiano de hoy, son un desastre en su conjunto, un tumulto de genes que airadamente se abren paso para ganar espacio al producto final.
Esa refriega no nos permite convivir con serenidad y moderación. La ambición se interpone. Desde el más encopetado dirigente hasta el más humilde aspirante al poder, la riqueza, la supremacía y el dominio, sólo buscan sus propios intereses.
Lo “bueno” se defiende si se traduce en rapiña, mientras lo malo se repudia, si no llena los bolsillos de quienes adjudican.
Así se creó, se mantiene y operará la corrupción, que nos ha consagrado como campeones mundiales.
El año que está por concluir transcurría dentro de los parámetros de nuestra clasificación mundial, pero la rapacidad se aceleró con ocasión de la pandemia. Afloraron los vuelos humanitarios, las provisiones, dotaciones, vacunas, vituallas y pertrechos, necesarias o innecesarios. Todo lo que se ofrecía se compraba. La pandemia se combatía solo con lavada de manos y tapabocas -a los que se aplicaba el IVA-.
Entre tanto febriles funcionarios, -con presidente a la cabeza- parlamentarios virtuales, lobbistas, asesores de gremios y banqueros, políticos y demás expertos en engorrar las cosas, se dedicaron a planificar reformas de toda índole. De esas que pasan con tediosas votaciones, en oscuras madrugadas.
Ha nacido así una dudosa y desconcertante reforma electoral, digna de cualquier Trump, para malograr elecciones y esconder resultados, que van a navegar con el beneplácito de quienes quieren agarrar lo que nunca alcanzarían con legalidad.
Avanza otra con máscara benefactora para los trabajadores, tejida con la misma piola de la funesta Ley 100. Tramposamente se incluyen los famosos contratos de trabajo por horas, que quieren opacar con la reducción de horas semanales, pero castigando los ingresos. Por ninguna parte incluye una fórmula creadora de empleo para los 4.5 millones de trabajadores que perdieron sus puestos por la pandemia.
Y qué tal la reforma tributaria que anuncia Carrasquilla, que reduce impuestos a los grandes capitales, elimina la clase media y la castiga con gravámenes que asumen los beneficios de los poderosos.
Como si fuera poco, contra viento y marea, se procederá a reformar las pensiones, que fueron creadas a imagen y semejanza de Chile, y que ahora un plebiscito las reforma por ser ruinosas para la clase trabajadora.
Así se maneja la maltrecha estructura económica colombiana de pandemia; y lo que se nos viene no abriga la esperanza de que las cosas cambien, o que por lo menos se abra una ventana salvadora.
BLANCO: El país debe rodear al archipiélago. No hay derecho a tanto abandono.
NEGRO: Es posible que ya haya sido elegido Gerente del Banco de la República, el inventor de los bonos de agua. Se pierde la independencia del Emisor y tambalean los presupuestos municipales.