“Nuestros soldados son los llamados a salvar a Colombia”
Cuando pensábamos que en materia de corrupción ya todo estaba escrito, aparece el escándalo de la entidad de mayor prestigio de cara a la opinión pública colombiana: las Fuerzas Armadas. Estas han sido, ciertamente, un motivo de orgullo para la patria, pues la salvan de sus enemigos internos -léase guerrilla, mafia, paramilitares, bacrim-, porque de los externos, querámoslo o no, se encarga el “Policía del Mundo”, Mr. USA.
En todos los sondeos de opinión aparecían las FF.MM. en el ranking de las instituciones más prestigiosas, seguidas por la Defensoría del Pueblo, pero la última encuesta del Centro Nacional de Consultoría muestra ahora que ambas están empatadas con un 68% de imagen positiva, obviamente en el techo de la aceptación, porque en el piso sigue rengueando el Congreso de la República. Lo del Parlamento es entendible, pues los “honorables padres de la patria”, con honrosas excepciones, claro, son, en su mayoría, personas que llegan allí no por sus méritos, por su idoneidad, integridad y capacidad de servicio a su comunidad de origen, en particular, a la rama legislativa y a la democracia, en general, sino por la simple y burda capacidad instalada en sus bolsillos.
Y es entendible lo de la Defensoría del Pueblo, porque protege a los más pobres y desvalidos contra los arrebatos atrabiliarios de los más poderosos, trátese del sector público o del privado. Sobre todo en materia penal, del derecho laboral y de la seguridad social hace lo posible por deshacer entuertos y obturar mecanismos que procuren preservar ese valor supremo que se llama Dignidad Humana.
Pero lo de las Fuerzas Armadas da grima, porque era la institución a mostrar, la vitrina de nuestra patria hacia el mundo, y seguramente va a seguir siéndolo, pues tras la tempestad viene la calma y es hora de hacerles un serio trabajo de reingeniería, para el bien de todos. Allí deben estar los hombres y mujeres más probos e íntegros, pues esa majestad y el hecho de saberse tenedores de unas armas -que ya nos dieron la libertad- les debe imprimir el carácter necesario para ser justos portadores de nuestra bandera de lucha contra la criminalidad (incluyendo la corrupción) en todos sus frentes.
Para poder afrontar los grandes retos que plantea un orden público subvertido y un orden moral pervertido ellos, nuestros soldados de la patria, son los llamados a salvar a Colombia. Los responsables de ‘falsos positivos’ y de todo ese catálogo criminal que se les endilga, deben ir a la cárcel.
Post-it. Quienes vivimos pegados a la “matraca” de la radio estamos complacidos por la llegada de un nuevo conductor a “6 am de Caracol”: Gustavo Gómez, un tipo bacán, refrescante, de buen humor, un tanto irreverente, pero en todo caso el polo opuesto del yarumaleño Darío Arismendi -más liberal que la corbata del diablo, tan distinto a su hermano Octavio (Q.E.P.D)-, a quien debimos aguantarnos por tres décadas en esa cadena. Pero de alguna manera lo extraño: era mi despertador. A las 5 y 7 minutos de la mañana, cuando empezaba a hablar, me levantaba, cual resorte, a cambiar el dial hacia otra emisora. Ahora me toca seguir roncando hasta que suenan las trompetas del Himno Nacional.