Por estos días se hacen cada vez más evidentes las grandes contradicciones e incoherencias de la política colombiana, así que no podía faltar la propuesta federalista.
El recién elegido gobernador de Antioquia, salió a decir que ellos y nadie más, debían manejar los fondos del departamento, hace años que a cada jornada electoral en el Atlántico se apela a la retórica federalista. La mayoría de cuantos recurren a ese señuelo electoral suelen desconocer lo ruinoso y negativo que resultó el federalismo en el siglo XIX. Apenas con recordar cómo cada ciudad y cada aldea en la Nueva Granada, en los albores de la independencia, pretendía ser el feudo de los nuevos gamonales, con tan mezquinas miras que prefirieron dividir y subdividir el país y darse un gobierno local propio, con sus respectivas constituciones, copiadas de Europa o de los Estados Unidos, antes que seguir a Don Antonio Nariño, en su proyecto de mantener unido y libre el país y luchar por esa causa grandiosa.
El federalismo era una causa política negativa, en donde cada quién quería predominar como gamonal en su región y sacar ventajas de la nueva noción de libertad política. Y ese atávico impulso vuelve cada cierto tiempo a la política colombiana.
Por fortuna, apareció Simón Bolívar en Cartagena, donde el federalismo era muy fuerte, para manifestar su implacable critica a ese sistema, que había fracasado estrepitosamente en la Capitanía de Venezuela y propone la unidad con la Nueva Granada para alcanzar y preservar la independencia.
Bolívar, con fino sentido geopolítico entendía que esa unión de la Nueva Granda y Venezuela, nos haría tan fuertes que podríamos liberar otros países de la región. Así fue: las banderas, los estandartes y las espadas y artillería de Colombia se cubrieron de gloria en el Perú bajo la inspiración del Libertador y al mando del mariscal Antonio José de Sucre en Ayacucho. Por supuesto, la Colombia de Bolívar, forjada con Venezuela, la Nueva Granada, Ecuador y Panamá, con influjo decisivo en Perú y Bolivia, emergía con la fuerza de una potencia. Más apenas dos hombres tenían el sentido de grandeza para presidirla, Bolívar y Sucre.
Al Libertador lo intentan asesinar la noche septembrina en Bogotá y a Sucre lo eliminan en el Cauca, para evitar que siguiese la obra del Libertador. La Gran Colombia se deshizo a pedazos, cada región cae en manos del gamonal del momento, llámese Santander, Páez o Flores, que tienen en común ser localistas y secesionistas. Estos fueron áulicos de Bolívar en vida a los que les prodiga toda suerte de honores y después, contribuyen a destruir su obra magna.
Cuando brota el afán federalista en Colombia es para dividir más el país, favorecer a los gamonales con pretensión de echar mano del presupuesto y la riqueza local. Gamonales que parecieran no asumir que en Colombia, con la Carta del 91, tenemos un sistema centro-federal, donde los gobernadores y alcaldes son elegidos popularmente. Por supuesto, el gobierno central tiene algunas posibilidades de intervenir en los asuntos locales, pero son limitadas. Por el contrario, es éste el que debe impulsar las grandes obras de provincia y los esfuerzos por comunicar y explotar la riqueza del país. Así es como la Nación ha contribuido regularmente a que se construyan obras como el Metro de Medellín.
Como están las cosas, al practicar el federalismo a ultranza, se le entregaría oficialmente más de medio país a los subversivos.
Aquí se trata de tener el sentido de Nación y de pertenencia a una sociedad común y un territorio, que debemos desarrollar, defender y administrar en mancomunidad regional y nacional. Mientras los gamonales de turno buscan llenar sus alforjas o malgastar los recursos regionales. Por eso mismo, tuvimos varias y sangrientas guerras civiles en el siglo XIX. Hasta que surgió en el ruedo político Rafael Núñez, quien es el más representativo de los estadistas colombianos, así no tenga comparación con los políticos locales del común, sino que se le debe equiparar a los más grandes estadistas europeos.
Núñez, es un hombre de estudio, un fino político, que tiene algo de Quijote y de poeta, más no es un guerrero. Núñez, en un país donde se confunde la guerra con el quehacer político, no tiene otra arma que su pensamiento y su pluma. Es con sus ensayos y agudos escritos sobre la política nacional y los problemas que nos aquejan y dividen, que llega a la conclusión de forjar un Estado que nos permita mantener la unidad política y practicar la descentralización administrativa, con miras al desarrollo. Con sus escritos persuade a los colombianos que es mejor hacer la paz que la guerra.
A su vez, el estadista Álvaro Gómez, admirador del genio cartagenero, en la Carta de 1991 propugna por un plan nacional de desarrollo que contribuya a sacar la periferia agónica y violenta del atraso, con el fin de multiplicar la riqueza nacional.