El 4 de junio del 2017, en una reunión de la junta directiva ampliada de la ANDI que se llevó a cabo en la Casa de Nariño, fue la primera vez que el Presidente de la República culpó a terceros por la percepción negativa que los colombianos teníamos de la situación del país. En aquella oportunidad responsabilizó a los medios de comunicación; casi seis meses después, el pasado 28 de diciembre de 2017, Juan Manuel Santos lo volvió hacer, esta vez nos responsabilizó a todos los colombianos, acusándonos de padecer una enfermedad mental, que sólo nos permite ver las malas noticias.
Para Juan Manuel Santos, la percepción negativa que los colombianos hoy tenemos del país bajo ninguna circunstancia obedece a elementos objetivos como la innegable desaceleración económica que estamos experimentando -una de las razones por la cuales S&P bajó la calificación crediticia-, el aumento en la percepción de inseguridad derivada del incremento en el nivel de hurtos a nivel nacional -un incremento del 27% según cifras de la Fiscalía-, la proliferación de las disidencias de las Farc que ya hacen presencia en 48 municipios, el aumento del 52% en los cultivos de coca, la oleada de homicidios en contra de líderes sociales, ni tampoco tienen nada que ver, la reforma tributaria del año pasado, la crisis en la justicia, ni los escándalos de corrupción que enlodan a funcionarios cercanos a su gobierno, que van desde el desfalco a Reficar hasta las irregularidades de los contratos suscritos por la pareja Prada – Barragán, que superan los 18.000 millones de pesos.
Este pesimismo generalizado que nos embarga a los colombianos y que se evidencia en el 70% de desaprobación que se tiene de la gestión presidencial, está lejos de ser una enfermedad mental y está más cercana a la percepción nacional de la incapacidad de este Gobierno de meter en cintura los gastos. Un gobierno que es incapaz de mantener las reglas de juego y brindar seguridad jurídica a quienes habitamos el territorio -incapacidad que revela la profunda crisis política e institucional-, y la percepción de que el Estado está lejos de ser ese ente despersonalizado que está al servicio del bien común, sino que por el contrario se convirtió en mercader que está al servicio de administrar y transar intereses particulares.
De manera que, no señor Presidente, ni los medios ni los colombianos tenemos la culpa de describir el país que usted por fin está dejando después de casi 8 años de gobierno, los abucheos que recibió en la última noche del 2017, en las inmediaciones de la plaza de San Francisco en la ciudad Amurallada, cuando los cartageneros le gritaban "fuera, fuera", son los mismos abucheos que recibió de los colombianos en las eucaristías del Papa en Bogotá y Medellín, son los mismos abucheos que recibió en el Festival Vallenato, y fueron los mismos abucheos que le impidieron pronunciar su discurso en el homenaje a los militares caídos en 2015.
Esos abucheos no son otra cosa que la muestra fehaciente de la inconformidad que los colombianos tenemos con su gestión, el desasosiego que nos genera y las ganas inmensas que los “enfermos mentales” tenemos de que su gobierno por fin acabe.