Triste y cínica manera de conmemorar el 25 aniversario del magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, con un ponqué de mentiras con pólvora preparado por las Farc. Encubrir a los verdaderos responsables del hecho equivale a un nuevo acto cruel y reprochable, como los múltiples que tuvieron que cometer para que, por lo peligrosos que se habían vuelto luego del entierro de tercera que le dieron a la Seguridad Democrática, convencieran al presidente Santos de que tenían que firmar un acuerdo tipo win-win: él ganaba el Nobel de Paz y ellos la impunidad absoluta, para que no contaran los crímenes de lesa humanidad que se recopilan embutidos en su tenebroso prontuario. Pero hay un nuevo episodio del Acuerdo de la Habana, ignoto, que lo convierte en tripartito: la absolución del expresidente Samper.
Mauricio Gómez, antiguo editor en tiempos de la Capuchina, fue el primero en advertir la “Farcsa”, montada en un tinglado en el que la tristemente célebre Piedad Córdoba -Teodora, como la llamaba en confianza el Secretariado- fue la encargada de salir con turbante anunciando el Round 1 de la infamia para sacar al ruedo la confesión que ahora recibirá la bendición de la JEP y con ella la absolución del expresidente y de su inefable cómplice, Horacio Serpa, cargados seguramente con una pesada toalla de pena moral, esa “sombra larga, proyectada sobre el infinito negro”. Ahora resulta que un comandante, que hoy funge de “ilustre Padre de la Patria”, pasa a liderar el eje Timo- Linares para tomar el rol que dejó expósito Heyne Mogollón, presidente de la Comisión de Absoluciones de la Cámara, cuando precluyó la investigación contra Samper por los estragos que dejó el paso de un elefante por la casa de Nariño, con la brutal carga del proceso 8.000, con lo cual se patenta el milagro de su segunda resurrección.
Y al fondo azul, sempiternamente crucificado, queda Álvaro Gómez quien, alternando su cátedra universitaria en la Sergio Arboleda con sus magistrales editoriales en El Nuevo Siglo, puso a tambalear al gobierno corrupto del expresidente, cooptado por los carteles de la mafia, que lo eligieron, los mismos que, en connivencia con una parte ídem de las Fuerzas Militares decidieron, según lo asegura su familia con sinnúmero de indicios, acabar con la existencia de este hombre superior.
Esa especie de falsedad ideológica tendrá que ser investigada por la Fiscalía (la JEP no nació para investigar, sino para tragar entero) porque se trata de una conducta típica, antijurídica y culpable, con el fin de obtener un provecho judicial para otros, con el agravante de tratar de inducir en error a un servidor público para obtener sentencia contraria a la ley y, además, con el ánimo perverso de hacerle violencia a la verdad formal dentro del peor magnicidio que haya conocido la historia reciente de Colombia.
Post-it. Qué bueno hubiera sido que el Presidente Duque, alumno y admirador de Álvaro Gómez, hubiera aprovechado la ocasión para hacerle un gran homenaje póstumo, nombrando con su nombre el Túnel de la Línea, obra cimera de la ingeniería colombiana. Pero Darío Echandía, ilustre liberal chaparraluno, nos ganó la partida.