Señora “Jueza Promiscua” (sic), Vereda El Cedral, goteras colindantes entre Risaralda y Quindío. Por medio de la presente me permito, en cumplimiento de su fallo en tutela interpuesta por mi propia familia en punto de mi pasada columna titulada “Un Temblor de Oídas”, retractarme del sartal de mentiras e infundios pronunciados sobre nuestro fundo Balsora, del que se me olvidó decir, entre otras, que era vecino del predio que por allí poseía don Otto Greiffenstein, voz telúrica radial de esta Patria. Sea lo primero señalar -aunque no sirva de eximente sino de atenuante- que lo dicho fue en desarrollo de una pesadilla, o quizás como el simple ejercicio literario de “sacrificar un fundo por pulir un cuento”.
En realidad, Balsora, sumada a El Manzano, más tirando al Río Barbas, que marca los límites entre ambos departamentos, era una gran finca que me dejó los más gratos recuerdos de infancia, donde aprendí a montar a caballo, cuando no había carretera pavimentada sino un camino empantanado de herradura y tocaba rezar 4 Padrenuestros y echarse la Cruz para cruzar a la Fonda Cruces a por un chicharrón de 8 patas. Privilegiada para la lechería, recuerdo esas postreras de rechupete con panela o arepa a las 6 am y el ventorrillo que instalábamos a la vera del camino los fines de semana, rebosante de vasos con leche y bocadillo veleño, quesos y mantequilla envueltos en hoja de plátano -que ayudábamos a cuajar batiendo la mano en grandes canecas- y recuerdo a dos glorias del ciclismo patrio, el “Tigrillo” Rubén Darío Gómez y Albeiro Mejía, llegando siempre de primeros a esa meta, parada imperdible en plena vía láctea.
Post-it. Se filtró una información secreta de seguridad nacional, extraviada en algún punto del Congreso en medio de un debate a las FF.MM. y en vano la Presidencia del Senado pidió no publicitarla -técnicamente imposible- pues por algo se les llama parlamentarios a quienes suelen parlar más que un mimo recién pensionado. Pero lo que se filtró no era nada nuevo, simplemente la cuantificación de un fenómeno que todos conocíamos: que en Colombia se firmó un acuerdo Farc- Santos, pero nunca la paz.
El Tiempo reveló el crecimiento exponencial -cual contagio del Covid 19- de las disidencias de las Farc, que en un año se duplicaron y su número merodea los 5.000. Este hecho espantoso vuelve ineficaz el pretendido Acuerdo, porque parece que para lo único que sirvió fue para darles impunidad a los más vejetes y barrigones revolucionarios y mandarlos a sentarse a manteles en los altares de la democracia -y bien remunerados- con la novedosa opción de fabricar leyes afines a su causa. Entonces habría que pensar en negociar la paz con las disidencias de las FARC, cada vez más fuertes e inexpugnables, por mucha coca y cero glifosato. El proceso tan costoso se perdió, lo mismo que se perdió la platica con la que Santos aceitó con dineros públicos a los más importantes medios de comunicación del país tratando de perfilar el sí en un plebiscito que ganó el no. Ahora toca llorar sobre la leche derramada.