Lo único que parece seguro para las víctimas en Colombia es que serán victimizadas otra vez. Y esto a pesar de recibir las más resonantes manifestaciones de solidaridad que pregonan ante el mundo el eslogan: “las víctimas están en el centro del proceso de paz.” Tenemos la mejor ley de víctimas del planeta, que en realidad es la mejor ley de víctimas que no se aplica.
Desde que el país tomó conciencia de la magnitud del problema se empezó a hablar en altavoz de verdad, justicia y reparación para las víctimas. Las llenaron de ilusiones, valiéndose de su desamparo y orfandad, con unas promesas tan enfáticas que convencieron a la opinión, nacional e internacional, de que recibirían un tratamiento equitativo. Habrá verdad, justicia y reparación les dijeron. “Vayan perdonando por adelantado”. Como si el perdón ordenado por decreto fuera un instrumento mágico para la reconciliación.
Apagado el eco de la propaganda pro víctimas, resulta que sí habrá verdad, pero poca y desfigurada o envuelta en unas “justificaciones” tan alambicadas que concluyen mostrando que las víctimas siguen siendo víctimas, pero los victimarios, por arte de la manipulación, dejaron de serlo, sin necesidad de arrepentirse y sin una mínima sanción. Y ¡ay de quien se atreva a recordarles su pasado! Mientras tanto, la memoria del horror permanece congelada en el alma de quiénes padecieron la violencia.
¿Y justicia? También habrá justicia para los victimarios, pero poquita. Se puso a andar una maquinaria judicial donde los jueces de Colombia fueron nombrados por extranjeros identificados ideológicamente con los victimarios. Habrá que dar un compás de espera, pero se teme, por los primeros indicios, que podrán juzgar a quienes no son victimarios y despachar a los autores de actos violentos con prontitud, para que puedan posesionarse sin demora en las curules que les regalaron en el Congreso.
La reparación se ha limitado a disculpas llenas de “justificaciones,” en donde las culpas colectivas ahogan lo que pudieran tener de franca solicitud de perdón. Y para colmo la Unidad de Víctimas no tiene fondos suficientes para atender los pagos de las modestas sumas que debe entregar a cada víctima. Según un informe de El Tiempo, la Unidad tiene “deudores morosos que le deben 5.1 billones de pesos. Los deudores sancionados se han declarado insolventes y han escondido los bienes para evitar embargos”. No hay arrepentimiento ni pagos.
El país tiene aún fresca en la memoria la repuesta de un alto jefe guerrillero que, cuando le preguntaron sobre perdón, reparación de víctimas y reconocimiento de responsabilidades, contestó canturreando el popular bolero del cubano Osvaldo Farrés “quizás, quizás, quizás”. Sus palabras se han hecho verdad
Las víctimas colombianas son las más nobles y pacientes del mundo. Han tenido un comportamiento ejemplar. No merecen que ahora su nobleza y paciencia las condene a ser revictimizadas con un nuevo despojo de sus derechos y condenadas al olvido, para que dentro de cien años un nuevo escritor se gane el Nobel de Literatura repitiéndonos la historia de miles y miles de víctimas que, como el coronel Aureliano Buendía, tampoco tienen quien les escriba.