Las Farc han logrado obtener excesivas e inimaginables concesiones por parte del Gobierno de Juan Manuel Santos en virtud del Acuerdo de La Habana. Nunca antes habían estado tan cerca del poder, a cambio de muy pocos sacrificios. La violencia les sirvió como mecanismo de presión al Gobierno y como chantaje a la sociedad, muy efectiva para consolidar poder económico, alrededor del narcotráfico, y conseguir control territorial, pero insuficiente -–por si misma- para alcanzar el poder político.
Entendieron, siguiendo a Chávez y la “Revolución Pasiva” de Gramsci, que la mejor manera de tomarse el poder y consolidar su revolución es por la vía institucional: usar la democracia para acabar con la democracia. Entendieron que la mejor manera de llegar al poder es utilizar al establecimiento, mimetizarse en él, sin desafiar al poder establecido, sin representar una amenaza evidente a los poderes consolidados.
Mientras algunos creen que las Farc están entrando en un proceso de burocratización, las Farc saben que eso tan sólo es un paso, que el objetivo de la revolución, como diría Lenin, no es “tomarse el poder” sino debilitar y desintegrar los “aparatos de poder” del Estado. Todo está dado, no ha habido un mejor momento para ese propósito, es la “tormenta perfecta”.
Gracias al narcotráfico han logrado acumular una gran riqueza, según el Fiscal Martínez calculada en “billones de pesos”; en virtud del Acuerdo alcanzaron “amnistía e indulto” y licencia para recorrer el país en libertad, protegidos por el Estado; la exposición mediática, el apoyo internacional y el Nobel de Paz, les ha dado una nueva imagen, de defensores de los derechos humanos y gestores de paz.
Alcanzaron participación institucional en las más altas instancias de decisión del Estado; curules en el Congreso, financiación y condiciones preferentes para hacer política en Colombia, por encima de los demás partidos. Sin hacer ningún sacrificio, ninguna concesión. No han entregado las armas y amenazan con no hacerlo, no han entregado sus bienes y niegan tenerlos, no han contado la verdad y se justifican en ser víctimas del Estado, andan libres por todo el país y exigiendo más beneficios.
Con arrogancia, con la actitud propia del que nada tenía y lo recibe todo sin merecerlo, exigen más, nada les es suficiente y maltratan a quien todo les dio, como si la sociedad estuviera en una deuda insaldable con sus victimarios. No sólo nos obligaron a reparar a sus víctimas, nos hacen sentir responsables de haberlas causado.
Quien los critique, los juzgue o les reclame, es señalado de atentar contra la paz. Van al Congreso sin ser invitados, sin someterse a controles, son las “voces de paz”, los medios de comunicación los persiguen como a estrellas de rock, hasta en las encuestas tienen más popularidad y aceptación que el Presidente.
Las condiciones en las que se encuentra el país son un caldo de cultivo perfecto para que cale su discurso. El populismo es más fértil en el caos. La insatisfacción generalizada con el Gobierno, paros por todo el país, desaceleración económica, deterioro de la calidad de vida del ciudadano, inoperancia y ausencia del Estado y del mercado, creciente desconfianza en las instituciones, corrupción galopante, triunfo de la ilegalidad. Cuando impera la sensación de que nada puede ser peor, cualquier alternativa de cambio parece mejor, una vía de escape a la dura realidad, aunque sea un salto al vacío.
@SHOYOS