Cuando encendimos los televisores para ver las imágenes de los ríos humanos que salieron a marchar legítimamente el 1 de abril, las imágenes nos helaron el alma. En vez de las indignadas multitudes multicolores, vimos los ríos de piedra y lodo que sepultaron a más de 300 colombianos, en Mocoa. Esta estremecedora realidad nos recordó, de un solo golpe, lo efímeros que somos.
Ad portas de la Semana Mayor y como preparación para la venida del Santo Padre, quien seguramente nos interpelará como individuos y como sociedad, vale la pena reflexionar sobre la avalancha destructora en la que estamos sumidos y que amenaza con llevárselo todo, empezando por nuestros cimientos institucionales.
No se trata de una rendición. Ni de someterse a las imposiciones que contrarían nuestros principios constitucionales y morales, pero debe haber una manera de darle cauce a las aguas represadas. No se puede tapar el sol con un dedo. Y pretender que si no se publican las imágenes de la marcha, simplemente esta no existió, es desoír el mensaje de miles de colombianos inconformes. Equivale a desconocer las alertas tempranas que nos está enviando nuestra debilitada democracia: Que esta situación está tomando ventaja y amenaza con desbordarse. A esa masa de colombianos que alzan la voz, de manera pacífica, para ser escuchados, no se le puede sepultar, con argumentaciones superficiales, que se niegan a escuchar el rugir del río.
Aún estamos a tiempo de reconocernos como colombianos. Deberían bastar las imágenes de desolación y muerte en Mocoa, para reaccionar. Para detenernos a pensar en nuestra realidad. Los consensos se pueden construir en torno a los más débiles, a los más vulnerables, como son hoy los mocoanos.
Hemos visto un Presidente haciendo lo que le corresponde en la adolorida Mocoa. Ejerciendo un liderazgo con inmediatez, como le gusta a la gente, que prefiere ver a sus mandatarios metiéndose al barro para ayudar a las víctimas de una tragedia, que sentados a manteles con las reinas que todavía reinan aunque ya no gobiernen. Esto lo saben muy bien los especialistas en manejo de crisis y, sobre todo, los políticos intuitivos y los ciudadanos sencillos que todavía tienen sentido común.
Por su parte, los inconformes que son la oposición natural del Gobierno, han mantenido una conducta discreta, manifestado su disposición a colaborar en la atención de los problemas que genera una catástrofe de estas proporciones, y se han guardado sus críticas para más adelante.
Lástima, eso sí, que no se aproveche esta coyuntura que genera solidaridades espontáneas, para promover un movimiento de reconciliación que nos salve del abismo de polarizaciones por el cual rueda el país, pues difícilmente se presentan esas reacciones unánimes. Los colombianos sacaron a relucir los mejores sentimientos ante el dolor de Mocoa y, para fortuna nuestra, pronto tendrán otra oportunidad de mostrar lo mejor de sí durante la visita del Papa.
Entramos en una Semana Santa que ojalá sirva como tiempo de reflexión, que nos convenza de la urgencia moral de perdonar setenta veces siete a quienes nos ofenden y de pensarlo setenta veces siete antes de seguir ofendiendo a los demás.