Tres verdades y absolución de dudas
“Tendencias mamertas se apoderan de una cultura popular”
EN mi recurrente alabanza al Procurador General de la Nación, como aquel adalid de la esperanza nacional dentro de un maremagno de corrupción yace en mi enorme preocupación: la caída de Uribito, más allá de unas merecidas sanciones y otras muy inmerecidas condenas, pone en tela de juicio un modelo político y económico que mucho beneficio ha traído al país y que lo ha salvado de la quiebra propuesta por la socialdemocracia criolla.
La columnista del El Espectador María Teresa Ronderos así lo ha evidenciado. Más aún, en la misma edición del pasado 22 de julio de los presentes el periódico también despliega una entrevista al ex terrorista León Valencia titulada “Habrá rebelión ética”. Esos artículos reflejan la decadencia nacional.
Así las cosas, el punto es claro: las tendencias mamertas se apoderan cada vez más de una cultura popular al amparo de unas injustas y otras ingenuas decisiones judiciales.
Los ex terroristas y los mamertos sacan la cara ahora, hinchan el pecho y hacen alarde de pronósticos aventurados e infundados, afincados en los recientes fallos judiciales. Aquellos que nunca han hecho nada distinto que criticar, oponerse (incluso por las armas) y, a lo sumo, escribir, justician ahora a quienes han producido la poca riqueza de esta patria, a quienes crean empresa, son creativos, ingeniosos y generadores de riqueza, a quienes han tenido la valentía de gobernar y a quienes más contribuyen con el mantenimiento del Estado.
Para ellos, por ejemplo, el minifundio debe ser la espina dorsal para sacar al sector agrario del atolladero pues su ignorancia económica los hace incapaces de entender las tesis de las economías de escala y los valores agregados. Para ellos los gremios, las asociaciones y los terratenientes son siempre bandidos y perjudiciales. Son ellos los que han potenciado el error de haber llamado un subsidio agrario a un incentivo para la agroindustria. Son ellos los que desconocen las tendencias mundiales de la agroindustria bajo el tendencioso velo de la reforma agraria, la redistribución de tierras y el sufrimiento campesino.
Para estos mamertos vale más un campesino muerto de hambre y sin esperanza alguna pero con tierras, que un trabajador del campo, con propiedad privada, salud, educación, empleo estable y óptimas condiciones de vida digna.
Entre ellos subyace el rencor y la venganza propios de la teoría de la lucha de clases. En ellos estriba el dolor propio de nunca haber hecho nada por su comunidad distinto al de criticar y, a lo sumo, escribir.
*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI