Cuando todo se creía definido para que en una segunda vuelta se enfrentaran las ideas y posturas de un país que confiaba en el equilibrio y la continuidad para establecer las políticas públicas en el próximo cuatrienio, grupo en cabeza de Federico Gutiérrez y Sergio Fajardo y ese país que anhelaba cambios drásticos en la forma en cómo se lleva la administración del Estado, posiciones que abanderaban Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, nada se dio. Colombia le apostó al cambio total sin posturas conciliadoras y eligió para segunda vuelta a los dos últimos.
La llegada sin discusión del ingeniero Rodolfo Hernández a la lucha política nos dejó sin opciones a los mesurados, a aquellos que no somos de saltos al vacío o que simplemente tenemos más confianza en lo malo conocido que en lo bueno por conocer. Hoy no hay nada claro, y es tal el punto de incertidumbre general, que Gustavo Petro pareciera ser el más predecible y hasta en momentos el más conservador, cuando incluso manifiesta que elegir a Hernández sería un salto al vacío.
Lo que tenemos claro en este momento fue que se eligió de manera contundente un cambio, lo incierto son sus dimensiones y consecuencias. Gustavo Petro había sido hasta el momento quien encarnará de manera radical la mayor oposición al sistema, su decidido apoyo y estímulo a las protestas del año anterior son una prueba de ello. Nadie le discute hoy ese divorcio con las posiciones que venían gobernando en las últimas décadas.
Rodolfo Hernández, por su parte, sin acomodarse ideológicamente, promete destierro de la clase política nacional. No solo no tiene representación propia en el Congreso y eso lo utiliza para desafiar esa rama del poder público, sino el que en un último capítulo de esta vacilación ideológica, que protagonizó Sergio Fajardo, el candidato que menos encajó en el nuevo panorama electoral planteado, dejó claro que aquí el que va a mandar es él. Con un movimiento ya diezmado ante la salida de muchas de las personas que lo habían acompañado hacia las dos campañas, Fajardo pretendió -en compañía de otros actores políticos- concretar bajo condiciones programáticas, excesivas por cierto, la llegada de sus restos al rodolfismo, encontrándose este fin de semana una respuesta seca y contundente del mismo: gracias, pero no. Si bien Fajardo exageró en plantear prácticamente un nuevo programa de gobierno, resultaba interesante tener algo en claro del rumbo del candidato, pero como todos sabemos esa posibilidad no se dio.
Visto esto y que no hay capacidad de acordar nada, lo mejor que pueden hacer los partidos políticos, grandes perdedores en primera vuelta, es dejar libre a sus militantes y que sean éstos los responsables de escoger la propuesta que los convenza de llegar a convertir este país en un mejor lugar, con el riesgo para el próximo presidente que sean esos mismos electores quienes empiecen en unos meses a exigir su salida, para lo cual no habrá quien salga en su defensa, pues anularon cualquier forma de interlocución y el escenario será seguramente el que ocurre hoy en países vecinos.