El encuentro anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas suele ser una oportunidad para el encuentro entre mandatarios de diversos países y foro para discursos que, con muy pocas excepciones, rara vez congregan un pleno masivo en la gran sala de la ONU que alberga a los representantes de las naciones. Pedro Sánchez es, digamos, el presidente de un país que suscita un interés solo relativo en esta coyuntura, pero su discurso ante la Asamblea se esperaba con cierta expectación: la que despierta una nación europea claramente alineada en la defensa de Ucrania y, por tanto, en el combate a un Putin que es una creciente amenaza para el mundo.
Este año, la Asamblea General comenzó con advertencias apocalípticas, procedentes incluso del propio secretario general de la ONU, Antonio Guterres: "este va a ser el invierno global del descontento", dijo, y eso que aún el presidente ruso, que es el villano de la obra, no había lanzado su último misil verbal, la movilización parcial de los reservistas para implicarse en términos más duros en la lucha en Ucrania, mientras la represión interna en Rusia adquiere niveles ciertamente masivos e inusuales. Algo va a ocurrir, algo tiene que ocurrir, porque lo imposible es que no suceda nada y todo siga igual.
Sánchez quiere promocionarse internacionalmente como un líder que destaca por su acción 'benéfica', especialmente en el campo climático, y rodeado de mecenas como Bill Gates. Esa es la imagen que ha querido dar en Nueva York, pero quizá el mundo no está ahora para eso. Estamos en un conflcito que no afecta solamente al territorio ucraniano. Sánchez ha declarado en la Gran Manzana, sin demasiado eco, que "Putin sabe que está perdiendo la guerra". No sé si en este conflicto se podrá hablar de un ganador y un perdedor: todos estamos perdiendo, y ahí están la Reserva Federal, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo sin saber hasta qué punto se pueden seguir subiendo los tipos de interés para frenar la inflación sin correr el riesgo de congelar, sin control, la economía del mundo. En ese sentido, Putin, con su 'estrategia energética', está ganando la guerra, sobre todo contra Europa.
Es difícil pronunciar un discurso en la ONU que supere el dramatismo de la proclama inicial de Guterres. Creo que, en verdad, ninguno de los mandatarios que subieron al atril tiene una idea cabal de lo que pueda suceder, porque todo depende de un individuo al que le gusta que le retraten abriendo las puertas de oro del Kremlin mientras, erguidos, le rinden honores dos soldados. No es el momento de pretender erigirse con liderazgo mundial o europeo alguno, ni climático ni social: es el momento de la concertación y la acción común frente a la gran, inmensa, amenaza que, todos lo dicen, comenzando por las portadas de muchos periódicos en estas horas, "no es un farol".
Sánchez está de nuevo en España, enfrentándose con los muchos problemas domésticos que nos afectan. Pero, por mucho que nos empeñemos en mirar el dedo que señala a la luna, y no a la luna, la verdad es que el planeta se encuentra ante un riesgo que, esperemos, no se quede solamente en ese "invierno global de descontentos", y todo lo demás parece secundario. Sin duda, el discurso de Guterres en la Asamblea de septiembre de 2023 no será el mismo que el de este año. El de Sánchez, que estará al borde de sus propias elecciones y puede que intervenga ante la ONU por última vez, tampoco. Pero ¿serán o no discursos que se pronuncien después de haber pasado lo peor? Repito: eso, a estas alturas, ¿quién lo sabe?