Por estos días no hace falta acudir al diccionario para entender el significado de la palabra sátrapa; basta mirar las noticias provenientes de Nicaragua para identificar a la persona que gobierna despótica y arbitrariamente, y que hace ostentación de su poder, guiada solo por su libre voluntad o capricho antes que por la ley o la razón.
Claro que hablar de ley, en este caso, no tiene nada que ver con su significado en un país democrático; en el del sátrapa, aquella se confecciona a medida y en cuestión de horas por una asamblea obsecuente que despoja de la nacionalidad en la mañana, crea conductas delictivas de la nada, o condena por alta traición antes del almuerzo. O al revés, poco importa, como tampoco tiene sentido hablar de separación de poderes, de autonomía judicial, de garantías procesales o de derechos humanos. Ni hablar de libertades de prensa y de opinión pues en este tipo de sistema terminan siendo calificadas como delitos; tampoco de reglas para competir en elecciones libres pues ello significaría que los contrincantes puedan impedir al sátrapa ganar.
Parece caricatura, pero no lo es; es la simple descripción de lo que viene padeciendo la patria de Rubén Darío, bajo el régimen de Daniel Ortega, y de su alter ego, Rosario Murillo, que la han convertido en nefasto prototipo de dictadura tropical postrevolucionaria.
El colmo de los sucesos de los últimos días, es que se pretenda presentar como gesto humanitario, o de buena voluntad, una nueva violación de los derechos de los opositores, pues la condena al destierro, el despojo de todos los derechos políticos y ciudadanos a perpetuidad, a cambio de no imponerles penas absurdas por delitos inexistentes a los doscientos veintidós nicaragüenses injustamente detenidos desde hace largo tiempo y finalmente expulsados de su país, no es ni mucho menos una muestra de respeto por el estado de derecho, sino un acto extorsivo más, de un sátrapa que con cada nueva arbitrariedad desnuda su falta de legitimidad y el sinsentido del poder que pretende a toda costa conservar.
La condena a 26 años de prisión del obispo de Matagalpa, Rolando José Álvarez tras negarse a ser deportado a los Estados Unidos, junto con los otros presos políticos del régimen, hace evidente el alcance del chantaje infame al que todos fueron sometidos. Un sentido mínimo de humanidad y de respeto por las creencias de los demás, sería suficiente para que cualquiera se sienta indignado del tratamiento dado a este obispo, a los sacerdotes y a los fieles nicaragüenses en los últimos años, en los que se les han negado sus más elementales derechos y se les ha convertido en blanco predilecto de ataques y retaliaciones de todo tipo.
Lo que ha sucedido en Nicaragua pone de presente que no bastan, ni sirven de justificación, los buenos propósitos de una revolución, incluso cuando los mismos, como en este caso, hicieron parte de la lucha contra otra dictadura. Personificar el poder o concentrarlo lleva indefectiblemente a la negación de los ideales y al fracaso de los propósitos por los cuales se dice obrar. También recuerda la famosa frase de Lord Acton que encaja perfectamente a propósito de Ortega y su familia, según la cual: “el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
@wzcsg