Con la misma incertidumbre y miedo que produce el anuncio de la llegada de un tsunami, hoy el mundo se prepara para vivir las consecuencias económicas del coronavirus que ha puesto presente tantos problemas estructurales de la sociedad en que vivimos. Bien ha dicho el Papa Francisco que esta pandemia destapó la inmensa pobreza “invisible” que existe en el mundo.
A pesar de los esfuerzos realizados desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, por las organizaciones internacionales y los gobiernos de las naciones, para arrancar de las garras de la miseria a la mayoría de la población mundial, esa utopía está lejos de realizarse. Sin embargo, los progresos logrados en las últimas décadas daban razón para ser optimistas.
El éxito obtenido en la erradicación del analfabetismo a nivel mundial ha sido un importante avance hacia la obtención de empleo mejor remunerado para la mayoría de la población. Sin embargo, muchas de esas fuentes de trabajo desaparecerán en la pospandemia.
Según un informe del Banco Mundial (2018), el progreso económico en el mundo mostraba que, si bien había menos personas viviendo en la pobreza extrema, casi la mitad de la población mundial, es decir, 3.400 millones de personas, tenía grandes dificultades para satisfacer sus necesidades básicas.
Según este mismo informe en el 2018, casi la mitad de la población vivía con menos de USD$5,50 al día, pero los que vivían en pobreza extrema (con menos de USD$1,90 diarios), disminuirían en el 2020 a menos de 30 millones de personas. Un número muy optimista.
Pero, las nuevas cifras son alarmantes. En un reciente informe, el Banco Mundial reajustó sus proyecciones. Hoy considera que “entre 40 millones y 60 millones de personas caerán en la pobreza extrema durante el 2020 como resultado del Covid-19, dependiendo de las hipótesis sobre la magnitud de la crisis económica”.
Estos números aterran. ¿Cuántas personas perdieron sus empleos en estos meses de encierro obligatorio y cuántos no los recuperarán aún después de la reactivación de la vida normal? Los números son cada día peores. El mundo se debe preparar para la inevitable llegada de un inmenso tsunami de pobreza.
Nosotros los suramericanos estaremos en el “ojo” de la tormenta. A la crisis producida por el coronavirus se ha sumado el desplome de los precios del petróleo, para muchos de nuestros países la más importante fuente de ingresos, la caída de significativos reglones de empleo, como el turismo para México, Brasil, Perú y Argentina y de exportación, tales como son las flores, para la economía colombiana. Además, las importantes remesas enviadas por los latinoamericanos a sus países se han agotado.
Los gobiernos no contarán con dinero para continuar o promover indispensables programas sociales. Gravemente, mucho de lo logrado en este sentido, en los últimos años, se perderá.
Ya se siente la desesperación causada por el desempleo. Ya se siente el hambre y el miedo, no sólo en los barrios más pobres sino también entre la frágil clase media, que ve su nuevo estatus económico en peligro.
Nuestros líderes deberán tener los pantalones bien puestos y una alta capacidad de creatividad e innovación para que no nos arrase el peligroso tsunami que se nos avecina. Empleo ha de ser la primera prioridad. ¿Cómo ayudar? ¡Demos empleo!