Causa cierta monotonía escuchar los repetidos llamados del presidente Petro para que la gente salga a la calle a apoyar sus reformas. Después del primer balconazo desde el palacio de Nariño -que costó millones por cierto y no fue tumultuario como se quería- la gente no ha vuelto a salir a pesar de los múltiples llamados presidenciales.
Queda la impresión que la pólvora de la democracia callejera se mojó. Hay un nuevo llamado presidencial en pie para este primero de mayo. Pero todo indica que el método de gobierno con el que tanto sueña el presidente Petro se ha agotado.
Y es explicable: la gente para salir masivamente a la calle requiere de unas pocas y grandes razones. No sale porque se le presente cotidianamente una mazorca de quejas. Y súmele a esto el componente de inflación, del desempleo, de la informalidad y de la inseguridad, fenómenos que golpean por parejo a los que están siendo llamados a la calle como a los que no están convocados.
A Petro le ha dado por pelear, con todo el mundo, todos los días, con espejo retrovisor y sin él, y por todo tipo de causas y razones.
¿Con quién no se ha peleado? Lo ha hecho con el gobierno del Perú, con los empresarios, con los dueños de las EPS, con los de los fondos privados de pensiones, con las empresas petroleras, con las carboneras, con las del gas. Con sus antecesores en el Palacio de Nariño. Le ha soltado destemplados epítetos al Banco de la República. Ha reñido con los banqueros, con los comerciantes. Con todos aquellos que según la clasificación de la señora Mazzucato pertenecen a los sectores estériles, o sea, no productivos como ella los llama.
Se ha enfrentado también con los usuarios de las vías, con los generadores de energía, con los prestadores de servicios públicos, con los directores de los partidos políticos que no hacen parte de su coalición, con una buena parte de los oficiales de las fuerzas armadas y de la policía. Y con los que no se ha peleado les ha hecho el desaire de dejarlos plantados o les llega tarde a reuniones programadas con semanas de antelación.
Es un estilo de gobierno curioso: da la impresión de que a Petro más que gobernar (es decir, liderar cambios con tacto y aplomo) le gusta es mantener una especie de oposición permanente desde el gobierno. Olvidando el mandato constitucional que muy claramente dice que el presidente de la República lo es de todos los colombianos. No de una porción de ellos.
Todo nace de un equívoco político que se repite a diario por los voceros de la Colombia humana: se dice que cuanta cosa se le ocurre al presidente o cuanta pelea plantea en sus trinos es un deber sagrado que debe respaldarse a cualquier costo. Y resulta que no es así: los partidos que apoyaron explícitamente al presidente Petro durante la campaña no suman más del 25% de los congresistas. Los otros 75%, o son opositores, o están unidos a una coalición que nos los obliga a renunciar a pensar o a actuar con ética política de borregos. Este equivoco es el que estamos viendo en la discusión de la reforma a la salud y el que seguiremos observando en las que vienen.
El presidente debe entender que el gobierno se hace dentro de las instituciones y observando unas reglas mínimas de cortesía política. Y no es recurriendo a reuniones tumultuarias de sus seguidores, las cuales, además de habérseles mojado la pólvora, nunca sustituirán las vías institucionales.
PD: Las movidas políticas de esta semana demuestran que el presidente Petro, al resolver gobernar solo con sus amigos, abandona la política de coaliciones. Como el petrismo puro no cuenta con más del 25% de los votos en el Congreso, el gobierno de ahora en adelante será mucho más difícil. No habrá contradictores en el Palacio de Nariño, pero habrá muchísimos más en el Capitolio.