La Semana Mayor llega en un muy buen momento para Colombia. Obliga a hacer una pausa en la carrera hacia la presidencia. Invita al país a pensar y a repensarse. Todo lo sucedido le retorna al ciudadano, poco a poco, el control soberano sobre su voto.
Hasta los mismos análisis desesperados que intentan explicar, muy al estilo Maturana, porqué ganar es perder y porqué perder es ganar un poco, muestran a las claras que el elector es cada vez más independiente de la influencia de quiénes se creen sus dueños. Tanto cálculo y unos cuantos resultados inesperados, permiten apreciar que la maquinaria se les está saliendo de control a quienes se consideraban sus dueños a perpetuidad y que los grandes medios de comunicación sobredimensionaron su poder de orientar a los ciudadanos hacia sus intereses políticos e ideológicos, en el supuesto de que subsistan todavía algunos de estos últimos.
La gente votará para elegir presidente, cómo mejor le parezca y los que han fungido como "dueños del país" se ven cada día más descolocados. Las peleas internas que afloran en el interior de los partidos son sintomáticas. "Los dirigentes", por andar tan ocupados privilegiando intereses personales, olvidaron que estaban veinticuatro horas diarias en vitrina.
El exceso de energías y dinero de los colombianos invertidos en el proceso de paz dejó al país exahusto. Ya no se escucha ni siquiera mencionar el "proceso de paz" entre el Presidente Santos y las Farc. Los algo más de 50.000 votos obtenidos por este grupo en las elecciones parlamentarias, dan la medida de la desproporción de lo entregado. Estiraron tanto la cuerda para imponernos un modelo extraño, que ahora parece estar a punto de reventar. Y no habrá ninguna catástrofe. Esta democracia se percibe vital y nos invita a centrar la mirada en el ciudadano.
Es un buen momento para que los candidatos presidenciales recobren la sintonía con el verdadero país, creyente, de mayorías católicas, cansado del conflicto y necesitado de un proyecto de reconciliación en torno al sufrimiento de los más débiles y sin ideologías foráneas. Pero ¿dónde están esas propuestas de reconciliación en las campañas presidenciales? Brillan por su ausencia.
Antes de iniciar la semana Santa y como comentario al pasaje bíblico del libro de los Números capítulo 21, versículos 4 al 9, que narra la desolación vivida por el pueblo de Israel cuando renegó de Yahve en el desierto, el Papa Francisco invitó a centrar la mirada en el Crucificado:
Aquí está la clave de nuestra salvación –ha dicho– la clave de nuestra paciencia en el camino de la vida, la clave para enfrentar el desafío que implica transitar nuestros desiertos: mirar al Crucificado. “Mirar a Cristo crucificado. ‘¿Y qué debo hacer, Padre?’ – ¡Míralo! Mira las llagas. Entra en sus llagas’. Por esas llagas nosotros hemos sido curados. ¿Te sientes envenenado, te sientes triste, o sientes que tu vida no va, que está llena de dificultades, y también de enfermedad? Mira allí”.
En torno a los crucificados de Colombia está nuestro punto de encuentro para la reconciliación y la sanación de nuestras heridas. Es un buen tema para meditar durante la Semana Mayor.