Cerrando el siglo XX la vida me dio la oportunidad de interactuar con Augusto Ibáñez. Ya era un jurista distinguido en el derecho penal, por su academia en las universidades Externado y Javeriana, donde cumplía encomiable labor docente y por su pluma de profundo sabor jurídico. Consultor del gobierno de entonces en el proceso de paz que adelantaba con las guerrillas, su representante en las discusiones internacionales para la creación y puesta en marcha de la Corte Penal Internacional y asesor de la Secretaria Jurídica de la Presidencia de la Republica para el estudio de la ley que expedía el nuevo Código Penal, de iniciativa de la Fiscalía General de la Nación, que dio lugar a las objeciones presidenciales que quedaron consignadas para la historia. Estas tareas mostraban la gestión de un jurista rigoroso y exigente, comprometido con su academia y con el derecho penal científico.
Desde allí comenzó una gran amistad; vino luego nuestra coincidencia en la Corte Suprema de Justicia, donde vi actuar a un magistrado ejemplar, comprometido con tan trascendente institución democrática, cumpliendo a cabalidad con las tareas cotidianas del juez de casación; columna de hierro de la corporación a la hora de sancionar la delincuencia, conocida como la parapolítica y con el pulso fuerte para ordenar la extradición de los paramilitares y mafiosos.
Como presidente la Corte Suprema le correspondió defender la independencia de poder judicial amenazado por las interceptaciones ilegales, por las intimidaciones de los grupos delincuenciales; propulsó la internacionalización de las relaciones del poder judicial para colocarlo en contexto con los parámetros internacionales. Como ninguno respeto el derecho de defensa y el debido proceso. Fue un juez implacable pero justo y garantista. Defendió y sostuvo la dignidad y la independencia de la justicia frente a las demás ramas del poder público.
Como ser humano fue un hombre de hogar, siempre en su familia que era el centro de gravitación de su existencia. Un humor a flor de piel, propio de los seres inteligentes alegraba todas las horas y los instantes del día. El mejor amigo, siempre al lado en todos los momentos, buenos o malos, dando apoyo, compartiendo alegrías y tristezas.
Su ausencia es muy temprana para una vida en plenitud, presta a recoger los mejores frutos de una siembra prolifera de comportamientos de buen profesional y ciudadano. Ya nos invade la congoja de no poder contar con él para disfrutar los sabores simples de lo cotidiano. Un juego de plurales y singulares para cerrar este breve recordatorio, resume este peculiar ser humano que se nos ha ido a alegrar otras galaxias; fue un hombre que como abogado y magistrado, más que dignidades, tuvo dignidad, más que honores, tuvo honor y que como ser humano, más que amores, profeso un amor exclusivo y único, por su esposa, por su familia y por sus amigos.