El atentado terrorista en Barcelona ha sacado a la luz los terribles efectos que las ideologías radicales en el gobierno pueden tener sobre la seguridad del ciudadano.
Desde hace varios años, Cataluña se halla gobernada por una coalición en la que se mezclan nacionalismos de izquierda y de derecha deseosos de proclamar un Estado soberano para dominar hegemónicamente la próspera comunidad autónoma.
Asimismo, Barcelona se encuentra ahora bajo el control de una agrupación local de izquierda emergente ligada al partido 'Podemos', la formación marxista asociada al chavismo venezolano y cuyo principal logro ha sido absorber lo que otrora fuera el Partido Comunista.
Semejante tenaza ha llevado a Cataluña a una situación desesperante y confusa en la que se mezclan los escándalos de corrupción, y el despilfarro para venderle al mundo la presunta necesidad de secesión y la persecución contra aquellos que se niegan a secundarles en tamaño disparate.
De hecho, la mayoría de los catalanes está en contra del independentismo, como ha quedado claro en diferentes modalidades de consulta, y se niega a respaldar la aventura independentista que les pondría automáticamente fuera de Europa, supondría una desinversión acelerada y dejaría huérfanos a los ciudadanos en materia de seguridad y defensa.
Al ignorar que la tendencia mundial es cada vez más fuerte en contra de la desintegración territorial de los Estados, los separatistas se sienten ligados, en todo caso, por la ideología nacionalista cuyo único incentivo es el de alcanzar la soberanía a cualquier precio.
Con esa obsesión, en la que los dirigentes y burgueses locales quieren perpetuar su dominación sin ningún vínculo con la Corona, el gobierno central y los organismos de control, no solo se pretende violar la Constitución y las leyes sino que se fractura a la sociedad porque se desconoce la voluntad mayoritaria.
En resumen, ese clima de tensión, crispación y desconfianza se traduce, lamentablemente, en vulnerabilidad frente al crimen organizado, en general, y el terrorismo yihadista, en particular.
Por ejemplo, la alcaldesa de Barcelona, en esa mezcla ideológica de pacifismo, ecologismo y hippismo que la caracteriza, se había negado a instalar maceteros o bolardos en las Ramblas dizque para no afectar su ecología, cuando se sabe que son el único antídoto contra los atentados en los que se arrolla al transeúnte.
Asimismo, el gobierno autonómico, la llamada 'Generalitat' y su policía local, pusieron oídos sordos a los informes recibidos desde el NCTC norteamericano sobre el ataque en ciernes, probablemente porque en su imaginario político tan solo se trataba de "injerencismo yanqui en los asuntos internos de Cataluña".
En resumen, separatismo, soberanismo, marxismo, independentismo y las nuevas versiones del consabido "peace and love" constituyen la mezcla tóxica perfecta de la que, tarde o temprano, se vale el terrorismo para propinar sus golpes más certeros contra los valores profundos de la democracia occidental.