Sevilla enamora, no hay una mejor manera de describir a esta hermosa ciudad, especialmente en primavera, cuando los naranjos que decoran sus avenidas, calles y parques, florecen y el dulce aroma a azahares perfuma el aire. Para junio, los azahares se habrán convertido en fruta y la ciudad se vestirá de naranjas.
Por estas fechas todo en Sevilla vibra. La ciudad se engalana para la gran celebración de Semana Santa, quizá la más conocida y esperada del mundo cristiano. Ya se anticipa el galopar de briosos caballos andaluces por sus calles, con sus crines y colas engalanadas, montados por caballeros con sobrios trajes camperos, con chaquetilla ceñida y sombrero cordobés. En la grupa de sus corceles, orgullosos pasean a bellas manolas que compiten en belleza y garbo. El espectáculo es único y fascinante.
Ya se preparan las casetas y se degustan los jereces que se servirán. Ya se preparan los pasos y los portadores, se afinan las guitarras y las voces. Nadie es inmune a esta fiesta, en esta ciudad que atesora sus tradiciones.
El Domingo de Ramos fue el comienzo de las celebraciones que durarán hasta El Domingo de Pascua, con las fiestas de la Resurrección del Señor. Cada día diferentes cofradías están a cargo del transporte de los pasos, su custodia y su homenaje. Ya los cófrades tiene listos sus capuchones y sus insignias, y los devotos sus oraciones.
Todos esperan que el cielo andaluz conserve su resplandeciente azul y que la lluvia no llegue. Este es, sin lugar a dudas, uno de los acontecimientos más emotivos y esperados de Andalucía y de España, gran muestra de sus arraigos, tradiciones, artes y música.
Pero Sevilla es mucho más. Sevilla es maravillosa cada día de año. Es la alegría de sus gentes, su desparpajo, sus bares donde espontáneamente alguien puede comenzar a bailar una sevillana y la fiesta se prende. Porque sí, es verdad, aquí casi todos la bailan, es como si lo llevaran en la sangre, como nosotros llevamos la cumbia o la salsa.
¡Y qué decir de las tapas que aquí se comen! Las croquetas, las anchoas, las habas y las setas, sofreídas en oloroso aceite de oliva, o unas finas tajadas de jamón pata negra, de uno de los perniles que cuelgan de los techos de tantos lugares como el bar, El Rinconcito, en funcionamiento desde 1670, donde se palpa esa sensación morisca que permea toda la ciudad.
Porque Sevilla tiene mucha alma mora, que se presiente en sus azulejos, sus decorados mudéjar en cielo rasos, ventanas y portones, sus alfeizares, torres, palacetes, callejones y tapias caladas y blanqueadas y sus abundantes fuentes, que cantarinas refrescan con el movimiento de sus aguas.
A Sevilla le cuesta cambiar, porque es difícil mejorar algo tan bello. Un poco a regañadientes ha aceptado el moderno Parasol Metropol, o “Las setas de Sevilla”, como lo llaman los locales, localizado en la Plaza de la Encarnación. Es la estructura de madera más grande del mundo. La verdad, es interesante.
Para no perderse; la majestuosa catedral gótica y su campanario, cuyo alminar de 98 metro se asemeja a la mezquita Kutubia de Marrakech. Hay que visitarla y revisitarla cuantas veces se llegue a esta ciudad, para alcanzar a comprender su grandeza y la capacidad de los hombres que la imaginaron. Realmente, ¡Sevilla enamora!