Que noche me asomé tarde a la ventana de mi apartamento y pude vislumbrar una luna llena enorme, como rojiza, y alrededor una tripleta de asteroides centelleantes. ¡Qué belleza! -dije para mis adentros- es la obra excelsa de la creación. “Dios la sacó del estadio -pensé- con este universo infinito, misterioso y palpitante”.
Y al punto aterricé, para pensar: no hay derecho que mientras en el cielo transcurra este alarde majestuoso de la creación, esa sucesión perfectamente sincronizada de fenómenos siderales inconmensurables, en la tierra unos salvajes terrícolas se asesinen unos a otros, los maridos y amantes apuñalen a sus mujeres y niños y los delincuentes callejeros a sus víctimas por robarles un simple aparato celular, los guerrilleros y narcoterroristas sigan cultivando la coca en selvas y montañas, volando oleoductos, masacrando a diestra y siniestra y, aunque firmen papeles de cese al fuego, persistan secuestrando y extorsionando so pretexto de sostener la lucha armada contra el “Estado opresor”.
No hay derecho a que mientras se descubren a 1560 años luz de distancia cementerios finitos y misteriosos de estrellas recién apagadas– agujeros negros- en la tierra se sigan descubriendo cementerios de campesinos, guerrilleros, paras y soldados de la Patria secuestrados y muertos en masacres inmisericordes, ciudadanos que con el correr del tiempo vinieron a ser denominados dizque “actores del conflicto”, como para subirles el estatus en el nivel de la infamia, a sabiendas de que lo que ha existido es un ataque indiscriminado de narcotraficantes de todos los pelambres -algunos disfrazados de salvadores del pueblo- para justificar su accionar violento contra la civilidad.
No hay derecho a que mientras los científicos siguen pavimentando nuevas carreteras para navegar sobre la Vía Láctea, dentro de nuestra propia galaxia, que por su blancura perlática los romanos llamaron "Camino de Leche", en la tierra los salvajes sigan movilizando gente y recursos inenarrables para encontrar las más adecuadas rutas del narcotráfico, para volver más pingües sus ganancias, así en el camino tengan que enfrentarse a competidores o antagónicos líderes campesinos, indígenas o sociales, convirtiendo sus senderos en “vías de hecho” y en vez de color blanco dejarlas pintadas y convertidas en ríos de color nada blanco, sino rojo sangre.
No hay derecho a que mientras en el firmamento se produce un fenómeno sideral tan espectacular como la Aurora Boreal, que se materializa cuando el viento solar hace presión contra la magnetosfera (zona del espacio controlada por el campo magnético de la tierra) y empuja las partículas cargadas (los electrones) hacia la atmósfera a altas velocidades, y que se caracteriza por formas de hermosa luminiscencia noctámbula, simultáneamente, los salvajes terrícolas, sin necesidad de viajar al Polo Norte o cerca de los fiordos noruegos para percibir mejor el fenómeno, se contenten con reglamentar la forma tranquila, libre y descarada de meterse un cachito de marihuana -Cannabis Susana Boreal- para observar dichos fenómenos siderales con solo mirar para adentro y así vislumbrar arreboles con colores extravagantes que inundan y envenenan el sistema nervioso y en medio de la ansiedad, alucinaciones y el delirio, puedan llegar a cometer los peores vejámenes contra sus atónitos coterráneos.
Post-it. Lástima que el imponente firmamento no pueda hacer nada por los miserables terrícolas. Pero, según Heine, “las estrellas son inquietos pensamientos de oro que tiene la noche” ... al menos ellas nos mirarán de lejos, con pesadumbre, en silencio, y verán que acá todo es caos total.