Sebastián es un joven colombiano de 23 años que tenía toda una vida por delante. Su drama comenzó al ser capturado en flagrancia luego de que intentó robar un celular. Fue judicializado y condenado a 50 meses de prisión. Estando bajo arresto domiciliario por hurto, desatendiendo la medida, salió de su casa con un amigo para una parranda, tomó licor y utilizó drogas alucinógenas. Siendo las diez de la mañana, iba con su amigo en una moto y una patrulla de la policía los interceptó y les ordenó detenerse. Sabiendo que estaba desobedeciendo la detención domiciliaria, no atendieron el llamado y los agentes de la policía les abrieron fuego y recibe tres disparos en la espalda. Sin duda brutalidad policiaca.
Fue socorrido, trasladado a un centro de salud, donde le dijeron que quedaría invalido; lo trasladaron luego al hospital Pablo Tobón Uribe y lo operaron por primera vez. Ya lleva cuatro intervenciones. Realizada la primera cirugía lo trasladaron a la estación de policía de Belencito Corazón, donde pasó tres meses tendido en el suelo del baño, sin poder moverse, soportando que los demás reclusos pasaran por encima suyo para “hacer sus necesidades”. Fue entonces, cuando comenzó a “pudrirse”, según su propia expresión. Indiferencia y abandono del Estado.
Con las heridas infectadas, a Sebastián lo operaron la segunda vez y le realizaron una colostomía. Fue traslado a la cárcel de Bellavista, al patio doce, en mejores condiciones, pero sus heridas empeoraron hasta llegarle al hueso, con dolores insoportables. Ha recibido atención médica, pero cree que su caso no tiene esperanza, sus heridas lo atormentan, y no ve otra salida que solicitar la eutanasia; ha iniciado su trámite. Continúa su padecimiento.
Del desgarrador caso de Sebastián podemos sacar muchas enseñanzas. Lo primero la absoluta incapacidad del sistema carcelario colombiano para brindar las más elementales condiciones de humanidad a los reclusos. Llegar a una cárcel debe ser como llegar a la descripción dantesca del infierno. De todo puede pasarle a un joven de 23 años, menos su resocialización. Tenemos un sistema carcelario que es una vergüenza; en Bogotá el hacinamiento es del 292%.
Sobre el operativo policial, hay que conceder el beneficio de la duda; sin embargo, no es inusual que se presenten abusos y excesos en el uso de las armas, por parte de las autoridades policiales, como el que al parecer destruyo la movilidad de Sebastián. La fuerza pública está instituida para salvaguardar la vida de las personas; óigase bien, aún la de los delincuentes.
Podrido en vida, Sebastián no encuentra otra salida que acudir a una muerte bienhechora. Comienza otro padecimiento para lograrlo. Esperemos que esta vez el Congreso cumpla con el requerimiento que le hizo el Constitucional hace ya cuarenta años y reglamente la eutanasia.
Sebastián es apenas uno de los muchos jóvenes que se les frustra la vida en Colombia, por haber entrado a una cárcel. Ojalá que pueda, al menos, librarse de sus padecimientos y no vengan los moralistas a entorpecer su decisión.