Aunque la Navidad, como muchas otras celebraciones, se haya “comercializado”, lo cual no es necesariamente malo, en el fondo conserva el espíritu que la inspira y, además, rompe la monotonía y nos hace llevadera la vida.
Estamos en tiempo de Navidad; tiempo en el que, sin importar nuestras creencias, se hacen más vivos los deseos de paz y reconciliación, tan necesarios para el futuro de nuestra patria; tiempo propicio para el reencuentro alegre con los amigos y la familia, que también les deseo a todos mis lectores; un encuentro tan propio del sentir colombiano y tan refundido por la pandemia.
Estamos en tiempo de balances, reflexiones y propósitos, necesarios para avanzar en ese proceso de mejoramiento continuo que es la vida.
Este año que termina fue de incertidumbre y dura confrontación política, hasta cuando el dictamen de la democracia le dio a la izquierda un inédito triunfo electoral, que acatamos quienes creemos que la democracia es un bien supremo que es imperativo preservar, sin menoscabo, eso sí, de la independencia para señalar con respeto nuestras diferencias, pero también para acompañar toda propuesta que, sin vulnerar nuestros principios, sea beneficiosa para el país y, en mi caso, como presidente de Fedegán, para la ganadería, la producción agropecuaria y la vida rural.
Ese fue el razonamiento que nos guio para aceptar la propuesta de diálogo del Gobierno y, luego, para firmar un acuerdo de compra de tierras a los ganaderos con destino a la Reforma Rural Integral, porque coincidimos en tres aspectos sustantivos: en que la reforma agraria no se puede limitar a la entrega de tierras, porque un título de propiedad no saca a nadie de la pobreza; en que la paz va más allá del silencio de las armas y no es posible sin la recuperación del campo, y en las ventajas de Colombia para convertirse en potencia agroalimentaria, convicción que, convertida en política pública, representará la redención del campo, el protagonismo de la producción agropecuaria en la economía y grandes posibilidades para la ganadería sostenible que estamos impulsando.
A partir de ese mismo razonamiento y esas coincidencias, además de principios y derechos que hemos defendido siempre, como el de la seguridad como bien fundante de la sociedad y el de la legítima propiedad privada, acepté hacer parte de la comisión gubernamental en las negociaciones con el Eln, con el apoyo de los ganaderos reunidos en Asamblea durante el Congreso Nacional, en cuya sesión de clausura el presidente Petro me hizo públicamente el ofrecimiento.
Dice el proverbio que “la esperanza es lo último que se pierde”, pero no es fácil conservarla y derrotar el escepticismo, cuando los noticieros, o mejor, cuando la realidad pareciera decirnos a diario que la violencia, la inseguridad y el narcotráfico son maldiciones inevitables y que la paz no es posible para Colombia; pero la paz, como la democracia, también es un imperativo al que debemos sumarnos con entusiasmo, como una obligación moral, como un propósito nacional, como un “acuerdo sobre lo fundamental” que logre unir al país, devolverle la esperanza y mostrarle el camino de la verdadera paz, la paz del bienestar para todos.
Ese es mi deseo de Navidad, el mismo que se anunció en Belén como premio a la buena voluntad. Pero no podemos quedarnos en el deseo, porque la paz no es solo una negociación ni un acuerdo firmado, y menos un problema exclusivo del Gobierno; la paz es una actitud, una forma de vida, una construcción y un compromiso de todos.
Construyamos la paz para Colombia entre todos los hombres y mujeres de buena voluntad…, esa es mi invitación.
@jflafaurie