El tiempo, esa cuarta dimensión en la que vivimos, es nuestro recurso más preciado. Nuestra relación con él es a veces ambivalente, al vaivén de nuestros deseos. ¿Podemos aceptar que, como dice el libro del Eclesiastés, todo tiene su tiempo?
Nuestra cultura está predominantemente orientada hacia el éxito y muchas veces pasamos por alto el valor de los procesos. Una de las características de las sociedades líquidas es el culto a la inmediatez, con tendencia a sobrevalorar aquello que ocurre ya y a desdeñar lo que demora. Se trata satisfacer el deseo ya y a como dé lugar. Sin embargo, esta noción de logro express presenta una trampa fundamental: no darle tiempo al tiempo.
Los procesos son fundamentales para que podamos reflexionar y aprender. ¿Qué pasa, entonces, cuando no obtenemos resultados ya, cuando no somos “exitosos”? Que emerge la frustración, con emociones como miedo, rabia y tristeza, así como la dificultad de reconocer que no hemos sabido leer las señales del tiempo.
Así como aceptar la realidad cuando coincide con nuestros deseos es bastante sencillo, nos cuesta mucho trabajo aceptar lo que hay cuando ello no está de acuerdo con nuestros anhelos. La liquidez de la cultura nos ha hecho poco flexibles para asumir la realidad, la vida tal como es, y la expectativa es pues el camino más rápido para la frustración. Podemos olvidar que cada situación en la vida tiene sus propios ritmos y hemos perdido la capacidad de leerlos.
En el afán de lo inmediato, podemos perder de vista que los resultados requieren pasos, que la complejidad de la existencia es tal que reducirla a un tiempo corto muchas veces es insensato. Hay cosas que podemos hacer que sucedan ya y bien, hay otras que no. Cada persona tiene sus tiempos propios, en otras palabras su vida. Y cada vida tiene sus momentos.
Necesitamos como humanidad aprender a aceptar lo que hay, en particular cuando no nos gusta. No se trata de resignarse ante los resultados adversos; se trata de reconocer que en ellos hay aprendizajes fantásticos, así como posibilidades de ver múltiples aristas que aún no hemos tenido en cuenta, de flexibilizar la mirada, la intención, la acción.
La vida no solo se trata de hacer análisis que nos permitan comprensión, sino también de hacer síntesis que nos permita integrar todas nuestras experiencias. Así, vamos acumulando sabiduría, esa que solo llega con la lectura sopesada de la vida, con la reflexión profunda, con la gratitud por los éxitos y los fracasos. Hoy te invito a reconocer en el tiempo un gran aliado para tus aprendizajes fundamentales y a ver en la aceptación de la vida tal como es un gran trampolín para tu transformación.
@eduardvarmont