Según una encuesta reciente, las personas que se identifican con la derecha política suelen tener un menor nivel de educación formal que los izquierdistas, lo cual suscitó la vanagloria de varios adalides de la izquierda tuitera. La suposición es que la cantidad de credenciales académicos que posee una persona le brinda algún tipo de superioridad intelectual- quizá inclusive moral- y, como consecuencia, una mayor perspicacia política. La realidad, sin embargo, puede ser precisamente la opuesta.
La clave es el adjetivo “formal”. La pregunta es si es valioso para la sociedad incentivar a los individuos a acumular títulos académicos sin importar el área de estudios, o si el conocimiento práctico obtenido en actividades no teóricas -principal pero no exclusivamente las comerciales- tiene un valor semejante o inclusive mayor que aquel que circula en la academia.
En el ámbito universitario, esta última posibilidad resulta ser una especie de herejía. En primer lugar, hoy nadie puede ser académico profesional sin una letanía de títulos oficiales y, frecuentemente, apostillados. Por otro lado, la academia está diseñada para que el avance en su jerarquía dependa de las evaluaciones entre pares.
Como argumenta el autor Nassim Nicholas Taleb, dicho método puede funcionar en el caso de las publicaciones en las ciencias exactas, pero en las ciencias sociales y las humanidades, las evaluaciones entre pares tienden a crear “un juego ritualista de publicaciones autorreferenciales”, donde progresar requiere complacer a unos cuantos colegas, evitar cualquier riesgo de ofender a los superiores y, no infrecuentemente, desplegar un dominio de la verbosidad más que de la sustancia.
Así, los incentivos de los investigadores en muchas áreas académicas no concuerdan con las necesidades de sus estudiantes o inclusive de la sociedad, escribe Taleb; por otro lado, ningún empresario busca la aprobación de otros empresarios, pero sí la admiración de su contador. El éxito empresarial, sin embargo, requiere tomar una serie de riesgos importantes y, sobre todo, satisfacer las necesidades de los demás.
Inevitablemente, dicho bienestar general resulta del conocimiento, pero no es aquel que ostentan quienes enumeran sus diplomas en sus biografías de Twitter. Como escribió Friedrich von Hayek, es vital el conocimiento específico de alguna circunstancia efímera que ignoran los demás, como aquel que posee el corredor de propiedad raíz o el comerciante de materias primas. Pero dicha categoría del saber suele incitar el desprecio de los intelectuales y, gracias a su influencia, de los formadores de la opinión pública, en especial cuando alguien se lucra al vender un inmueble o un contrato de futuros.
Peter Thiel, fundador de PayPal e inversionista en Facebook desde 2004, critica fuertemente al sistema tradicional de educación por su énfasis en el conformismo, las notas y los títulos académicos. Lo importante, argumenta, es fusionar el conocimiento y la acción para crear empresas de avanzada, inclusive nuevas industrias. Por ende, Thiel fundó un instituto que les paga 100 mil dólares por cabeza a un grupo selecto de jóvenes para que, en vez de obtener un título universitario, creen algo nuevo.