La Atenas Suramericana, la capital de Colombia, la ciudad que pone los impuestos, la que está 2.600 metros más cerca de las estrellas, es la más odiada, la más calumniada, la más aborrecida y la de que todos quieren hacer leña. Todos y todas, como ahora se estila, la que utilizan, la que aprovechan, pero a la que le sacan el cuerpo cuando hay que hacer algo por ella.
Con razón hay quienes afirman que a Bogotá, hasta sus alcaldes la odian. Todos y todas se resisten a creer que un funcionario que entrega las llaves de la capital a cuanto lagarto llega, no haga algo por redimirla. Con una mano muestra “títulos” que lo consagran como la sapiencia mundial en urbanismo, mientras que con la otra exhibe planos, proyectos y animaciones para cambiar el verde de una envidiable sabana, por manchas grises cementeras que enturbian las esperanzas de quienes quieren llegar al 2030 sin tanques de oxígeno en sus espaldas.
Ni hablar de la movilidad, la inseguridad, el desempleo, la pobreza y el abandono de extensas zonas en donde la existencia humana, no es vida.
En buena hora el Procurador Fernando Carrillo ordenó suspender una licitación para la semaforización, al no encontrar “apego a la legalidad del proceso”. Como dicen los humoristas: “por algo será”.
Los administradores de la odiada ciudad señalan que la semaforización es urgente. Y en verdad que es urgente, por Bogotá, no se puede transitar. ¿Por qué será? “Por algo será”. El actual alcalde en su primera administración se lució angostando las pocas calles y avenidas que tenía nuestra odiada ciudad, quebrando de paso a los pocos comerciantes de esas zonas. Ejemplo claro la 15, que pasó de 5 carriles a 3 y hace parte del eterno trancón de la avenida norteña.
Claro que los “tacos”, como dicen en Medellín, obedecen a las improvisadas ciclovías, al incremento de los vehículos que pagan impuesto de rodamiento, a los recicladores, a las motociclas, al desorden y a la falta de planificación.
En la aborrecida ciudad, hace muchos años no se habilita una nueva vía, aunque cada año saquean los bolsillos de sus habitantes con impuestos de valorización. Los “avivatos”, utilizan todos los carriles cuando hay que salir de una avenida. Nadie respeta los semáforos. Se estaciona en cualquier lugar. El transmilenio es un caos porque fue mal copiado. Las losas tuvieron que repararse antes de terminarlas, por el fallido invento del relleno fluido. En resumen, esta pobre ciudad es víctima de sus propios alcaldes que no han hecho nada por ella. Es tan de malas, que ni siquiera le permiten revocar los mandatos de quienes han llegado al Palacio Liévano.
Abreviando: Bogotá, la Atenas Suramericana, en materia de tráfico, recibe palo de todos y todas. En seguridad, es inhumana, abunda la pobreza, pero eso sí: tiene más de ocho millones de críticos y críticas. Problemos y problemas.
BLANCO: Feliz Navidad Bogotá.
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