Toma de las instituciones | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Noviembre de 2017

Nuestras instituciones resisten los ataques que vienen desde  afuera. En dos siglos de vida independiente lograron el milagro de sobrevivir a  feroces campañas políticas,    revoluciones y guerras de verdad. Siempre resurgieron con palabras distintas, pero  con contenidos democráticos esenciales que demostraban una firme voluntad de no dejarse arrastrar por ensayos totalitarios.

“Colombia es tierra estéril para las dictaduras” se repetía hasta en los extremos del espectro político. Y era cierto, como lo pudieron atestiguar Mosquera, Obando, José Hilario López, los radicales, Reyes y el general Rojas Pinilla. Hoy no podemos decir lo mismo. La están abonando

Las instituciones resisten los asaltos convencionales, pero tambalean cuando los enemigos actúan desde adentro.

La implementación de lo acordado en La Habana, va mucho más allá de unos convenios llenos de concesiones peligrosas, que los eternos enemigos de la democracia colombiana no consiguieron con las armas, pero sí obtienen como generosa donación de una sociedad que no conoce, cuanta institucionalidad se entrega hoy en su nombre.

No es el problema de las curules que se regalan como arras de concesiones posteriores. El país ya se resignó a cambiar las reglas democráticas y permitir que, en cambio de votos, los asientos en el Congreso de la República se consigan disparando primero para después pedir todo a cambio de quitar el dedo del gatillo..

Tampoco lo más grave es que no se haga plena justicia, lo crítico es que lo transicional se monte como  sustituto de la justicia, que  era una de las columnas vertebrales del Estado. Y todo para reemplazar esta Rama del poder por algo que, con su nombre y sus investiduras, la opinión sensata del país comenzó a ver como un aparato político revanchista, de poderes prácticamente ilimitados.

Lo  realmente grave es el descrédito que cae sobre el Congreso y la Justicia cuyos errores se repiten y agravan cada día. El Congreso, después de su renuncia a legislar, escenifica  peleas altisonantes, que reemplazan lo que debiera ser  cuidadosa discusión de las leyes. Si aun sin formalizar el ingreso del nuevo partido, quienes acuden a Senado y Cámara en su nombre  provocan los desórdenes que vimos en días pasados ¿Qué ocurrirá cuando tengan un documento legal  que legalice su presencia? ¿Quién  estará dispuesto a obedecer las leyes originadas de esa manera? ¿Quién respetará las leyes aprobadas en un Congreso que no se respeta?

 

Y después ¿Quién respetará los fallos de una justicia que, en cambio de reordenarse por dentro, dedicará sus esfuerzos a perseguir propósitos políticos, trasladando el conflicto de los montes a los salones el postconflicto?

La democracia colombiana sobrevivió porque granadinos y colombianos amaban la libertad y, con imperfecciones desde luego, querían preservarla. Ahora la invasión del Estado y sus instituciones por una militancia marxista leninista, pone el destino institucional en manos de quienes siguen fielmente una concepción totalitaria.

Es triste que, cuando fracasó en todas partes, como es  evidente en estas lánguidas celebraciones de la Revolución de Octubre, nos llega a nosotros como gran novedad.

Mientras el Gobierno improvisa, no se da cuenta de que hay una toma sistemática de sus instituciones.