No hago otra cosa que pensar en esa incapacidad nuestra de dialogar, lejos como estamos de la argumentación y tan peligrosamente cerca de la pasión, esa que incluso fue eslogan de país y que nos afinca en la más irracional de las polarizaciones, la misma que atraviesa nuestra vida cotidiana desde las relaciones personales, la exposición en redes sociales, la participación en política y ahora, más que nunca, la información entregada por los medios de comunicación.
No hago otra cosa que releer la Reforma del Entendimiento de Spinoza y su sabia advertencia: “(…) ante los asuntos humanos no hay que reír ni llorar ni indignarse, sino simplemente comprender o entender”. Pero para comprender o entender es necesario detenerse, hacer una pausa y pensar antes de repetir como un loro lo que los medios dicen motivados por su propia estulticia, agenda política, económica, cultural, social y por supuesto, afectiva.
No hago otra cosa que extrañar a los congresistas Moreno de Caro (Senador de 1998 a 2008) y a la bruja Regina 11 (Senadora entre 1991 y 1995) quienes fueron el preludio de la decadencia del parlamento nuestro, cada vez más patético gracias a la estupidez de los votantes que eligieron a personajes como el influencer Polo, el tiktoker Jota P., un Mondragón sin dicción, la alharaquienta Juvinao, la confesa mariguanera Boreal y una hueste de cortos intelectuales que ni en gavilla pasarán a la historia.
No hago otra cosa que pensar en quienes no son protagonistas ni de sus propias vidas ni capaces de generar una noticia de primera plana y tienen que conformarse con ver el transcurso de la historia desde el gallinero y acceder al poder asomándose a las redes como en La vida de otros del alemán Florian Henckel von Donnersmarck, tan proclives a aceptar pensamientos de segunda mano.
No hago otra cosa que pensar en esa comodidad en la que estamos instalados, ya que es mejor tragar entero, repetir titulares de nuestra decadente prensa, reproducir las regurgitadas de X y dejar en manos de otros nuestro destino; en las mismas estamos desde hace marras y para este 'tontismo' (según un diccionario de urbanismos: dícese del movimiento o ideología que contempla como objeto de estudio y reflexión la primera tontería que pueda sugerírsele al tonto en cuestión, sin importarle la tontería que se plantee) da lo mismo, incapaces como somos de servirnos de nuestra propia inteligencia.
No hago otra cosa que pensar en Kant, quien en su texto Qué es la Ilustración, aseguró que nuestra minoría de edad mental es “(…) la imposibilidad de servirse de la inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro”.
No hago otra cosa que pensar en lo bien que le haría a este país entrar en el camino largo de la filosofía, que vive de la reflexión, y abandonar poco a poco la brevedad del periodismo, que vive de la emoción. Pero el periodismo, como lo asegura el filósofo Onfray en Pensar el islam, “desinforma y se ha vuelto incapaz de poner en perspectiva lo real con las condiciones que han hecho posible lo que acaece”.