El historiador Niall Ferguson comparó la reacción de varios gobiernos al coronavirus a los abruptos movimientos de un jugador de “aplasta un topo”, el juego de maquinitas de origen japonés que consiste en propinar golpes con un mazo a los insectívoros plásticos que emergen al azar de varios orificios en la superficie del artefacto.
Esta es una apta descripción del método que usa la Alcaldía de Bogotá para imponer cuarentenas por localidades, restricciones a las libertades ciudadanas más elementales que, aparte de ser drásticas, también parecen ser aleatorias.
La Alcaldía, sin embargo, ha acudido a “la ciencia” para justificar su autoritarismo. El problema es que hay bastante evidencia científica en el mundo que apunta a la inutilidad de las cuarentenas, salvo para destruir economías y causar problemas colaterales de salud. Por ejemplo, un equipo de expertos de la Universidad de Toronto y la Universidad de Texas analizó los datos de 50 países y concluyó que las cuarentenas no afectan la tasa de mortalidad por el Covid-19, sino que los factores determinantes son la prevalencia previa de la obesidad, una edad mediana de 40 años o más y el nivel de ingresos per cápita.
Sin duda, esta no es la última palabra al respecto dado que el conocimiento científico evoluciona de manera incesante. No obstante, las autoridades colombianas han demostrado un claro entusiasmo por coartar libertades, al seguir únicamente las opiniones médicas más apocalípticas.
El abuso gubernamental de la evidencia disponible ha pasado casi del todo inadvertido en los medios de comunicación colombianos, cuyos directivos han actuado como si su deber no fuera cuestionar al Gobierno, sino más bien ser su portavoz en la difusión masiva del pánico. A mi modo de ver, esta es la única explicación detrás de la alta popularidad de Iván Duque y Claudia López pese a sus ineptos manejo de la situación. Ambos son los artífices de lo que es quizá la cuarentena más larga del mundo.
Aunque es fácil oprimir a una población amedrentada, ya hay señales alentadoras de que ciertos segmentos han sacudido su estupor. Las recientes protestas de comerciantes en Bogotá son bienvenidas y, sobre todo, sensatas. Su libertad de ganarse la vida al ofrecer productos en el mercado -la fuente del progreso en la sociedad- no tiene por qué ser subordinada al capricho burocrático de quien, con salario pagado por el contribuyente y sin jugarse el pellejo en términos empresariales, asegura frívolamente que “lo material se recupera”.
Hasta ahora, el miedo ha sido el principal aliado de quienes tiranizan a Colombia con excusas de salubridad pública. Esto sugiere que, así como una teocracia subyuga al apuntar a un texto sagrado, la tiranía moderna se nutre de una versión de la ciencia deformada y concorde con la planificación central de todo aspecto de la vida humana.
Lamentablemente, es cierto lo que escribió el filósofo español Antonio Escohotado: los hombres contemporáneos pueden comportarse “como ovejas apacentadas por lobos, que antes llevaban sotana negra y ahora portan bata blanca”.