Atisbando por primera vez la fenomenal telenovela “Pedro el Escamoso”, de Luis Felipe Salamanca y Dago García (sin mafia sí hay paraíso) vi por última vez actuar al gran Julio Cesar Luna, a quien también escuché en excelente entrevista por Caracol con Adriana Giraldo, y los recuerdos me llevaron inevitablemente a finales de los 70s a la facultad de Comunicación Social de la Javeriana. Como trabajo de campo nos llevaron a ver a los actores ensayar libretos y el hombre, de tremenda pinta, por quien suspiraban todas las niñas del salón era, como siempre, el actor principal.
Con mi compañero Ulises (muchacho de gran personalidad, pues no ha cambiado de nombre) tomamos esa noche en su casa, además de brandy, mientras grabábamos el audio de una tarea (porque dizque ambos éramos locutores) nuestra decisión de vida: volvernos actores. El compañero del trío era Lucho, cuyo apellido omito por razones de seguridad, a quien un amigo bautizara “garganta de lata” (como pensando en su voz de tarro) y al que siempre, refunfuñando, poníamos a manejar los controles; al escuchar nuestra sentencia actoral apenas se reía, cual espíritu burlón y repetía: “actores ustedes, pobre par de maricas”.
El lunes siguiente le comunicamos la decisión de vida a nuestro decano Francisco Gil Tovar quien, positivo, nos dijo: “lo primero que hay que hacer es derrotar el pánico escénico, hay que empezar por colaborar en las lecturas de la misa para los enfermos de los domingos, ahí en Inravisión, ya mismo los pongo en contacto con el padre León Isaza”. Dicho y hecho. Debutamos el domingo siguiente, muy a las 7 de la madrugada. Quién dijo miedo. Pensé que mi agresiva timidez había quedado en el colegio, pero al tomar la palabra sentía, más rojo que el padre “Tomate” del Salesiano, que se me salía el corazón y al terminar el suplicio se me acercó mi compañera y vecina de set, Pilar Arnillas, encargada de otra lectura, y exclamó: ¡Oye, ¡qué te pasó, yo escuchaba latir tu corazón! Jesús, María y José. Allí mismo se frustró mi vocación de actor y en adelante me tocó, infartado de por vida, conformarme con ver en casita la santa misa para los enfermos.
Pero no me di por vencido. Una vez me interceptó una chica en la cafetería dizque para grabar una cuña de chocolatines y le dije que sí, sin atreverme a confesarle que era alérgico al chocolate y a las cámaras; el día de la grabación me armé de valor: camuflé media de Néctar y me apuré un par de sorbos antes de actuar. Lo único que tenía que hacer era sentarme a ver a unos niños jugando, que salían del TV al espacio, y “pelar la muela”. Para hacer corta la historia larga, luego de 15 gritos de ¡corten! y hasta que no me harté el último trago no atiné en pelar la bendita muela. Por fin terminamos al caer la noche y por poco salgo en primera página de El Bogotano bajo el titular “Masacran actor en ciernes”.
Post- it. Y aún escucho, en el aire, ese espíritu burlón: “pobre par de…”.