La mitología universal refiere a los cuatro jinetes del Apocalipsis, identificando el caballo negro con el hambre, el rojo con la guerra, el bayo con la muerte y, por último, el misterioso jinete del caballo blanco, que asocian con la esperanza. Suena bien, como sonaban los famosos duetos de serenateros, que siembre eran cuatro y como acá siempre le pedimos rebaja a todo, nuestra mitología criolla suele consolarse con dos para integrar el Cuarteto Miseria: los caballos de batalla del narcotráfico y de la corrupción, el primero de ellos pintado de rojo sangre, el segundo de negro, como el de las almas de sus cabalgantes, el primero subvirtiendo orden público y el segundo pervirtiendo el orden moral.
La Fiscalía y los medios han presentado cifras alarmantes, que no hay que repetir, porque más que conocerlas las vivimos a diario en campos y ciudades y sabemos que ese que llaman el “orden público” está subvertido y el orden moral pervertido y hay en curso casi dos millones de procesos penales campeando en nuestro ámbito judicial. Las guerrillas y paramilitares se alimentan con el mismo combustible: el narcotráfico, cuyo cultivo base ya sobrepasó las doscientas mil hectáreas de selvas, montañas y llanuras y debemos recordar que todos los actores armados giran en torno del fenómeno, empezando por las disidencias de las Farc (la culebra está viva); por el Eln que se está fortaleciendo de una manera alarmante, con la complicidad del dictador Maduro y, en general, por las bacrim de todos los pelambres. Antes existían diferencias ideológicas, pensamientos encontrados sobre una u otra forma de construir gobierno y los desfavorecidos por el statu quo se alzaban en armas para intentar llegar al poder e imponer sus caprichos, cosa que a veces alcanzaron, como en Venezuela.
Pero ya no hay ideologías para los combatientes pues ahora, repartidos en carteles, todos giran en torno del mismo becerro de oro: la cocaína. Si Paulo VI decía que “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, hoy tenemos que citar, contritos, al padre Perogrullo, para sentenciar que “el narcotráfico es el nuevo nombre de la guerra”. Y qué no decir del no menos brioso corcel de la corrupción, pues ambos –potros y jinetes- cabalgan al mismo nivel, mirando idéntica meta, en cuyo aviso de luces estrambóticas se lee muy claramente: CVY (¿cómo voy yo?).
Si nuestro ahora reducido Dueto Miseria tendríamos que rebajarlo a uno solo, para identificarlo con el propio del Apocalipsis, tendríamos que llamarlo así, precisamente: el Caballo CVY, porque el nuevo Papa lo dijo en plata blanca: “el diablo entra por los bolsillos” y ahora tendríamos que complementar: “y sale por los zamarros” de los jinetes dela Apocalipsis.
Post-it. Se filtró la noticia de una fiesta en el Club Militar. Hicieron un concurso entre los asistentes sobre quien tuviera el nombre más corto. “Gano yo -espetó un sargento- mi nombre es Leo”; “No, gano yo -dijo un coronel- mi nombre es Casio, es decir, Casi - O, no alcanza ni a la O”. Y al punto se paró el Comandante del Ejército, y sentenció: “en ese orden de ideas, gano, porque yo me llamo “Ni-Casi-O”. Y se quedó con el premio.