¿Sabía usted que la industria de los videojuegos facturó en 2022 más que las de la música y el cine juntas? Lo sé, a mí también me estalló la cabeza cuando me enteré, pero no tanto por la monstruosidad de sus números sino por un sencillo detalle de tremenda sutileza: no lo parece en absoluto. Y es que es justamente allí, en la discreción evolutiva de su mastodóntico volumen, donde radica la mayor fortaleza de un mercado que anida entre las sombras, bajo capas y capas de subestimación erigidas por adultos que todavía creen, no con poca soberbia, que los videojuegos son un mero pasatiempo de chiquillos y dan la espalda al que será, si es que ya no lo es, el fenómeno cultural más importante de nuestros tiempos.
Borja Vaz y Jorge Morla, ambos periodistas de influyentes medios españoles, lo entienden perfectamente y por eso decidieron aportar a la defensa narrativa de esta manifestación artística con su texto “El Siglo de los Videojuegos”, un sólido ensayo breve de prosa exquisita capaz de instruir tanto a los neófitos curiosos que buscan entender la tendencia lúdica del mundo actual como a los gamers experimentados que ya pretenden formar su opinión sobre los excitantes debates que se traban con efervescencia en la ágora virtual.
Vaz y Morla nos ofrecen una fascinante cátedra sobre videojuegos en once capítulos que abarca los múltiples ángulos de este universo, desde los elevados costes de entrada para el consumidor hasta la brecha generacional que evita que una porción bastante significativa del público les tome en serio, pasando por la imperiosa profesionalización de la cobertura informativa del gremio y la necesidad de cambiar algunas dinámicas internas de las comunidades que resultan auténticamente hostiles hacia las mujeres, tanto en su rol de jugadoras como en la propia caracterización de personajes femeninos. Todos los segmentos de su obra vienen respaldados por un análisis casi académico de los videojuegos y no escatiman adjetivos a la hora de ser críticos con aquellos puntos de dolor sobre los que consideran deben ser más incisivos.
Al final, lo que el lector encontrará será una disertación de contundente construcción argumental sobre la premisa de que los videojuegos han alcanzado un nivel de desarrollo tal que muchos de los títulos que podemos adquirir constituyen auténticas obras de arte que, más allá del apartado gráfico siempre predominante, esconden poderosas narrativas que, bien ejecutadas, permitirán al jugador desarrollar una empatía simbiótica con su alter ego pixelado.
Esta alteridad digital, sumada a los avances inmersivos del propio hardware, constituye una potente herramienta que abre las puertas a los diseñadores para explorar historias cada vez más profundas, hasta filosóficas e incluso existenciales, que con toda seguridad tendrán un efecto tan conmovedor en la persona tras los controles que nada habrán de envidiarle a la sublimación de los trazos de una pintura centenaria o de una obra literaria de esas que te sacuden el alma.
Estamos ante un juego que va muy en serio y como homo ludens que somos por naturaleza, somos los llamados a formar parte de aquella revolución.