El discurso político busca conseguir votos. Está de moda el populista con análisis superficial de los problemas, promesas imposibles de cumplir y mal uso de las tecnologías de la información en procura de obtener reacciones más emocionales que racionales.
Se apela al miedo, a la ira, a la sorpresa, aprovechando inclusive la persistencia del coronavirus. El jefe de propaganda nazi decía: “Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” Su afirmación no es cierta, pero la resonancia del discurso perverso ha sido protuberante a través de la historia.
Las ideologías no son importantes en el siglo XXI, los candidatos auto-acreditan ser demócratas, defensores del pueblo, enemigos de las injusticias sociales, de la corrupción y la violencia. Con partidos en crisis los pronunciamientos surgen de forma personal, de las coaliciones que proclaman el cambio, situándose a la derecha, en el centro o a la izquierda en referencia al lugar que ocupaban los diputados de sectores tradicionales, moderados y extremistas en la época de la Revolución Francesa.
En Colombia habrá elecciones con número crecido de inscritos en la primera vuelta y el ganador en la segunda será ungido presidente legítimo de la República para el periodo 2022-2026, pero llegara con un fardo de compromisos, apoyo parlamentario fraccionado y parte de los gobernadores y alcaldes que fueron elegidos por votación popular perseverarán en la toma autónoma de decisiones a nivel departamental y municipal.
Nos encontramos en el mismo barco, la abstención no es el camino, reconociendo que hay candidatos capacitados para el desempeño de la primera magistratura, la campaña está parcelada y el gran mensaje que conduzca a la unidad nacional no aparece, ni siquiera recurriendo demagógicamente al Papa Francisco o anunciando nombramientos anticipados de ministros.
Nadie toca lo referente a la defensa del mar ni a la insistencia del autoritario gobierno nicaragüense de extender su plataforma continental a más de doscientas millas, casi hasta Cartagena, ni de la demanda elevada ante la Corte Internacional de Justicia por incumplimiento de la inaplicable sentencia del 2012 que desconoce el meridiano 82 como frontera, ni se define qué posición asumirá Colombia frente a cualquier nuevo pronunciamiento de ese Tribunal, ni se habla de las relaciones internacionales cuando existen procesos de reestructuración en instituciones de primer orden, en la Organización de Naciones Unidas (ONU) y en la Organización de Estados Americanos (OEA).
Sería desastrosa la falta de gobernabilidad en el periodo venidero, nociva la prolongación del choque entre las ramas del poder y parece deshilvanado el anuncio de presentación de proyectos de reforma constitucional para desvertebrar en mayor grado la Carta existente que ya no rige a plenitud. La situación en América Latina en referencia a gobernabilidad y autoridad deja mucho que desear.
Predicar la incertidumbre es ondear insólita bandera y practicar el clientelismo síntoma de estancamiento. Ojalá que en las semanas venideras los electores logremos aclarar dudas, entender mejor el discurso político y definir nuestro voto recibiendo mensajes comprensibles que animen y congregen.