Una sociedad que tenga desprotegidos a sus niños y niñas, aun a sus adolescentes, está en pésimas condiciones morales y deterioro social. Este es el caso de nuestro país, donde en los últimos tiempos venimos asistiendo a un panorama aterrador de abusos y atentados de toda clase contra nuestros menores.
La semana pasada dejó un sabor agridulce ciudadano, por las noticias registradas en los medios, donde los menores son protagonistas de primer orden como víctimas. Es espantoso el escenario, pues son vejámenes de todo tipo los que sufren nuestros niños: maltrato físico, violencia psicológica, ofensas de palabra, ataques a mano armada, hurto en todas las modalidades y, para terminar este rosario de clamores, los ataques sexuales, venidos de diferentes direcciones incluidos claro está, familiares, allegados y amigos sociales.
Muy triste el panorama, desconsolador el futuro del país con esa perspectiva, donde los menores no tienen ilusiones, esperanzas, ni anhelos, porque todos esos sueños sucumbieron ante la violencia encarnizada contra ellos, sin dejarles salidas a futuro por ser víctimas tempranas de situaciones vergonzantes y angustiosas que, en determinados momentos y por las circunstancias que los rodean, hacen difícil por no decir imposible, informar, protestar o rechazar esta situación.
No podemos desconocer la preocupación de las administraciones y autoridades de todo orden, porque están dando la batalla para extirpar de nuestra sociedad este cáncer tan grave, pero lamentablemente las estrategias no parecen estar funcionado, pues las estadísticas muestran índices bastante preocupantes, que antes de ceder aumentan exponencialmente, porque son muchos los estadios y muchas las modalidades.
Permítanme a modo de ejemplo tocar la violencia estudiantil ejercida en los planteles educativos, convertida en actos de agresión permanentes, generando víctimas y victimarios entre compañeros de un mismo plantel, cuando no de otro, llegando a duelos multitudinarios con fatales consecuencias. Sabemos que existen normas concebidas con el fin de evitar estos escenarios, pero su resultado no es el esperado. Así como este ejemplo ramplón y superficial, en la lista tenemos otros de mayor caldo y preocupación nacional, como los delitos sexuales en menores, asunto que cuesta dificultad encarar por lo doloroso y penoso, que en los últimos tiempos se ha dimensionado, no sé, si por el apoyo de las redes sociales hoy tan en boga o la facilidad para denunciar. Es un tema bastante álgido y arduo, por lo tanto es urgente que unamos esfuerzos en ese sentido, tomando cada quien en serio sus responsabilidades, correspondiendo el primer acercamiento a los padres, quienes deben tender puentes flexibles con sus hijos para alertar, concientizar e instruir en los distintos ambientes que se pueden dar este tipo de agresiones. Les sigue un grupo heterogéneo de educadores, autoridades y administraciones, que cierran el circulo de protección tan urgente y necesario.