Nos duele ver olas de venezolanos llegar a la frontera colombiana huyendo de la hecatombe creada por Nicolás Maduro. Los vemos instalarse en las bancas de los parques, en las estaciones de buses, debajo de los puentes, en cualquier lugar en que puedan guarecerse. Todo lo han perdido.
Miles de ellos cruzan a diario puentes, ríos, trochas, con sus maletas, o bolsas, llenas con unas pocas pertenencias; algo para sobrevivir, algo para recordar lo que han dejado, algunas fotos, algunos bolívares que no valen nada, poca ropa y mucha, pero mucha tristeza. Cuando se huye no hay opción, se deja atrás casi todo lo que se ama, se deja parte de la vida, se dejan hasta los muertos, allá en el cementerio, sin saber cuándo se regresa.
Cuan triste es verlos tan lastimados. Forzados a huir para encontrar comida, medicina, seguridad; algo de lo que antes tenían tanto. Recordemos, Venezuela era uno de los países más ricos y prósperos de Latinoamérica antes de que el socialismo del Siglo XXI la mancillara, la empobreciera. Muchos deseaban vivir allí, un lugar donde había trabajo, comida y una vida mucho mejor que la de los países vecinos, incluido Colombia.
¿Y qué queda hoy de esa Venezuela? Absolutamente nada. Maduro acabó con el país. Ese país, tan alegre, tan optimista y próspero, perdió todo, hasta la democracia y la libertad.
Sabemos lo que pasó: el pueblo, cansado de una clase política anquilosada e incapaz de modernizarse, se dejó convencer del canto de sirena de Hugo Chávez, de su magnetismo. Su retórica populista y altanera los emocionó. Lo creyeron capaz de traer un cambio beneficioso a todos. ¡Chávez y luego Maduro los engañaron!
Su Revolución Bolivariana fue un rotundo fracaso y, si al comienzo ya se vislumbraba el fiasco, hoy, lo que Nicolás Maduro, su sucesor, ha hecho es una catástrofe total. La corrupción gobierna el país. Las mentiras de la dictadura son tantas, que ya ni se cuentan. El país está en manos de un puñado de corruptos, incluyendo militares, que olvidado a su pueblo mientras se llenan los bolsillos
Lo peor es que lo mismo nos puede pasar los colombianos. Hoy, 20 por ciento de los votantes están pensando en elegir como Presidente a Gustavo Petro, el gran admirador y mejor amigo de Chávez, quien muchas veces ha dicho que seguirá su programa. ¡Seremos tan estúpidos!
Al millón de venezolanos que han llegado a Colombia y a los que llegarán, no los podemos abandonar, ni nosotros, ni el mundo que, hasta hace poco, ha ignorado la tragedia que se vive en Venezuela. Colombia no tiene los medios suficientes para dar protección a estas gentes. Aquí, escasamente hay empleo, educación y salud, para los colombianos; los costos del posconflicto son enormes, dinero no sobra para nada; al contrario, falta.
Bien harían los europeos, en especial los suecos, tan preocupados por la paz y la democracia, en ayudarnos a sobrellevar la carga de esta inmensa migración. Bien harían USA y los países latinoamericanos en tendernos una mano. Tarde o temprano, estas gentes será su problema también, porque muchos inmigrantes continuarán su camino hacia sus países.
En la OEA pocos respaldaron a Almagro en sus intentos de sancionar a Maduro, ahora esta crisis amenaza con desestabilizar el Continente y en convertirse en una tragedia humana.