Son varios los sentimientos encontrados, de cara a los acontecimientos de la última semana en Colombia. El más fuerte es el de vergüenza frente a la comunidad internacional.
La detención del exguerrillero y representante a la Cámara (a punto de posesionarse), Jesús Santrich, acusado de narcotráfico con pruebas aportadas por la DEA, recogidas mientras negociaba el envío de un cargamento de 10 toneladas de cocaina a EE.UU, se suma a las dudas de los países amigos sobre la falta de transparencia en el manejo de los dineros donados para el posconflicto. A lo cual se agrega el anuncio de una investigación contra funcionarios públicos e intermediarios que exigían "coimas" para adjudicar los contratos. Todo esto nos hace sonrojar. ¡Qué vergüenza! ¿Qué sentirán quiénes le vendieron al mundo una imagen distorsionada de nuestra realidad?
Comienza así a derrumbarse el castillo de naipes con el que se manipuló al mundo, construido a costa de la honra de millones de colombianos, acusados de ser “guerreristas y enemigos de la paz", solo por haberse atrevido a dudar de la buena fe de las Farc, de su arrepentimiento, de las explicaciones sobre la multiplicación de los cultivos ilícitos en sus zonas de influencia, por preguntar sobre el paradero de los niños reclutados y sobre el destino de los secuestrados que no regresaron nunca a casa. Atreverse a dudar o a preguntar, se volvió una afrenta y un motivo de descalificación para polarizar artificialmente al país.
¿Sentirán algo de vergüenza quiénes lograron torcerle el cuello a la lógica hasta "justificar delitos de lesa humanidad" y exigir a las víctimas "perdonar", mientras desconocían sus derechos? ¿Van a justificar ahora el delito del narcotráfico? Es triste haber tenido razón. Pero los colombianos no vamos a renunciar a la esperanza de una reconciliación real, sin engaños, con arrepentimiento y propósito de enmienda.
Y fue Jesús Santrich, uno de los voceros más representativos de este grupo, quien más daño hizo a la credibilidad del proceso de paz, con sus provocadoras y desafiantes declaraciones. Fue precisamente él, quien se mofó de las víctimas con ese doloroso "quizás, quizás, quizás", cuando lo interrogaron sobre la posibilidad de pedir perdón a las víctimas. El mismo que llamó "cretino" a un periodista que preguntó por los abortos en las filas de las Farc. El mismo que entuteló a un grupo de periodistas, pidiendo respeto a “su honra y buen nombre”.
Esta captura deja en evidencia hasta algo de ingenuidad. Se sintieron tan confiados y amparados por un gobierno que les entregó parte de la institucionalidad que se se creyeron inmunes. Hoy, fuera de la clandestinidad, tienen enfocados los reflectores del mundo. ¿Se trata del acto aislado de un individuo? o ¿Está involucrada la cúpula de las Farc? Si Santrich fue grabado, ¿lo está el resto de sus compañeros?
Es urgente proteger a las bases de las Farc que están en proceso de reinserción. Ellos, esas mayorías que engrosaron sus filas, no son sus jefes. Esperan ser acogidos por la sociedad y estamos en mora de hacerlo. Es necesario restablecerles la confianza en su retorno.
De la vergüenza como país, también surge la esperanza de que las acciones iniciadas por el Fiscal Néstor Humberto Martínez protejan nuestro Estado de Derecho.