Estos días he leído y escuchado a varios comentaristas criticando al presidente Duque dizque por viajero, con los mismos argumentos trasnochados de siempre: que se derriten las montañas, que se desbaratan los puentes, que asesinan a líderes sociales y activistas de derechos humanos (todos lo somos) como si todo eso se pudiera evitar estando el hombre acá, cual Superman en acción.
Donald Trump se la pasa metido en un avión y la economía estadounidense nunca había estado tan boyante, por poner un ejemplo. ¿Es que se les olvida a esos comentaristas que estamos viviendo en una aldea global, que con la tecnología de punta en comunicaciones y con las redes sociales el Primer Mandatario vive conectado con sus ministros, asesores, con imágenes satelitales que dan cuenta de cada punto de la geografía Patria? Creo que deberían intentar otros argumentos, como que el invierno es brutal, como que las mafias, las guerrillas, los paramilitares y las bacrim siguen vivos y coleando, haciendo de las suyas en un ambiente de orden público subvertido y el orden moral pervertido, en el que la vida y los valores fundantes valen nada.
A propósito, sería bueno averiguar qué pasa con tantas bandas que agarran a diario y cuyos protagonistas aparecen tapándose el rostro en las fotos de prensa y en los noticieros de televisión, a cuántos de ellos dejan libres a los pocos días y a cuántos maleantes condenan, porque lo que creo -y comparto las justas protestas del valiente alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez- es que estamos viviendo en el reino de la impunidad, con el añadido de que si la Policía y la Fiscalía los logran atrapar, los jueces venales les ordenan su libertad en las primeras de cambio y les ponen unos brazaletes, no para recapturarlos en caso de reincidencia, sino para poder monitorear en qué parte del país es que siguen delinquiendo.
Y frente al imperio del hampa, tarea difícil la que tiene el presidente Duque. Le toca empezar por buscar la paz y para ello requiere mucho desarrollo económico y combatir a fondo el narcotráfico que, como lo dijéramos hace poco, es el nuevo nombre de la guerra. Es ese narcotráfico el principal motor de los crímenes de ciudadanos del común que aparecen descuartizados en Bogotá, Palmira, B/ventura y Tumaco y de los líderes sociales que se interponen en sus rutas de la vida. He escuchado a varios funcionarios decir que esas muertes se deben a la intolerancia y a la polarización política que vive Colombia y me parece que es una lectura equivocada.
Acá el tema no es de derecha e izquierda, de uribismo y antiuribismo - que ha venido a subsumir ese concepto de polarización política en Colombia- sino del crimen organizado que lucha a muerte por proteger sus intereses de mafia, de rutas, de minería ilegal, de recuperación de tierras anteriormente usurpadas por los delincuentes…
Post-it. 1 A propósito del asesinato de líderes sociales, hace poco convocaron a varios de ellos en Toribio, Cauca, y les hicieron una encuesta sobre qué opinaban de la pena de muerte y su respuesta fue unánime: “Que la quiten”.