VÍCTOR CORCOBA HERRERO* | El Nuevo Siglo
Martes, 15 de Abril de 2014

Transformar el planeta

 

Con la flor del sol abierta a los horizontes, todo se ve distinto en un mundo global, por muy negro que esté el camino. Tenemos que definir la forma de vida que queremos. Desde luego, no como una carrera de obstáculos en lo que se ha convertido la vida en Caracas o en la República Centroafricana, en Oriente Medio o en el mismo continente europeo con los movimientos migratorios. Necesitamos trazar el camino en conjunto. Hemos de reinterpretar la propia existencia de la especie. Hay temas cruciales que debemos resolver con urgencia, como erradicar la pobreza y el hambre, ampliar el acceso a la educación y proteger el medio ambiente, aminorar las desigualdades y practicar la justicia social.

Los diversos guiones de la realidad ya los conocemos. La cuestión que toca es que hay que transformar el planeta. Para ello, sus moradores tienen que cambiar de música, reinventarse otros lenguajes que acompasen la vida de los seres humanos.

Para empezar no puede haber desarrollo sostenible, perdurable o sustentable, sin regeneración política. Para llevar el timón del mundo se requieren los mejores; los más honestos ciudadanos, los más formados ciudadanos, los más justos ciudadanos, los más libres ciudadanos, los más humanos ciudadanos en definitiva. Se precisa gente que piense globalmente, que no se case con poder alguno. Lo mismo sucede con el cambio climático. Llevamos años anunciando la toma de medidas. Tampoco pasamos de los buenos propósitos. Los poderosos siguen con el mismo afán destructor. El mal se encuentra en las mismas estructuras de poder que aceleran la contaminación, sin importarles nada el futuro.

Nos han adoctrinado en el derroche y en el egoísmo. El verdadero conocimiento y la auténtica libertad se hallan en el corazón de cada ser humano. Son muchos los ruidos que nos impiden escuchar nuestros propios latidos, tantas veces hambrientos de verdad y justicia, para superar los difíciles momentos que vivimos.

Deberíamos garantizar que las personas tengan lo necesario para crecer y prosperar. Uno tiene que ganarse por sí mismo ese bienestar, pero con las mismas circunstancias que otros. Por otra parte, economías basadas en la especulación, difícilmente generan empleos decentes. No podemos esperar más, ha llegado el momento de la acción para ajustar nuestro rumbo a un quehacer más inteligente y menos comercial, con prioridades concretas y objetivos claros. Todos nos merecemos la oportunidad de vivir dignamente. Para ello, hay que poner fin a la desigualdad de oportunidades, al privilegio de los poderosos ante la justicia y a las muchas incoherencias arropadas en el cargo. Por poner un ejemplo reciente, en la Nación española, la ley cada día es más desigual en la medida que cerca de 3 millares de políticos gozan del privilegio de ser juzgados por tribunales superiores y responder por escrito. Nada hay más injusto que buscar inmunidad en la justicia. Lo mismo sucede con las prerrogativas de determinados colectivos. Los pobres, sin embargo, solo cosechan desventajas, imparcialidades, daños y olvidos.

Para transformar todo esto hace falta, sin duda, que el idioma del corazón, que es desinteresado y universal, gobierne de una vez y para siempre. Reconozco que me queda poca esperanza entre mis venas. Bien que lo siento. Pero de las cenizas también se sale.

corcoba@telefonica.net

*Escritor