En los últimos tiempos el tema de la violencia intrafamiliar se hace presente con mucha frecuencia en los medios de comunicación llamado la atención de la ciudadanía, en general, que asiste sorprendida a la cantidad y la calidad de ataques que se manifiestan al interior de las familias, dirigidos especialmente hacia las mujeres y los menores, viniendo la mayoría de veces de manos masculinas, residentes o cercanas a ese entorno familiar.
Los esfuerzos de las autoridades son notorios pero insuficientes y es entendible por la cantidad de situaciones delictivas de otras gamas que hacen presencia en el país, y que es necesario atender con el mismo interés que demandamos para la violencia intrafamiliar. No obstante esta apreciación sería conveniente direccionar energías para combatir este flagelo que parece dimensionarse; y es que los conflictos internos de las familias afectan la convivencia. perturbando la armonía. Partamos de la importancia que la unidad familiar juega en el entorno, porque cuando esa unidad se rompe, surge un trastorno económico que difícilmente puede superarse, acarreando tras de sí un variado abanico de consecuencias entre las que descuellan la falta de educación, la mala alimentación, el alcoholismo y aun la drogadicción, que juegan como recursos de escape ante esta racha de mala situaciones, hecho que rompe los vínculos de afectividad cohesionadores de la familia, tanto entre progenitores como entre éstos y los hijos, que pueden traducirse en castigos violentos para los vástagos, abundantes riñas entre los padres y lógico caos hogareño. Los problema generados por esta encrucijada tiene grandes dimensiones, pues cuando un niño se siente maltratado, humillado e injustamente castigado, se rompe el hilo conductor del cariño anhelado por el menor y más si esta condición viene de un padre alcohólico o drogadicto, el joven siente total desprotección y busca una salida lejos del hogar, encontrado en la calle el lugar ideal para forjarse una vida libre de maltratos y agravios. Así, en realidad, estamos ante un futuro delincuente que por fuerza de las circunstancias debió tomar ese camino.
SI nos enfocamos en la mujer o compañera, bien sea madre o no, es repetible el panorama ya descrito, donde la unidad se fragmenta y las diferencias abundan, cayendo de los agravios verbales a la violencia física y malos tratos personales, situación que la comunidad observa y se abstiene de denunciar, evitando inmiscuirse en problemas ajenos. Sólo cuando las cosas pasan a mayores y no se pueden prevenir ni evitar, las autoridades tienen conocimiento de toda una trayectoria que por desgracia debía desembocar en tragedia.
Lo anterior nos invita a tomar conciencia ya que rara vez los maltratados informan o denuncian; por lo tanto es la comunidad quien debe dar aviso a las autoridades para neutralizar estos comportamientos que apenan a las sociedades.