Ciertamente no soy experto en el balompié, pero supongo que los hinchas de la Selección Colombia no apoyarían una regulación que, en nombre de la igualdad, le prohibiera ser parte del equipo a todo jugador que ganara más de una cifra determinada, por ejemplo, un millón de euros al año.
Aunque, al parecer, un gran salario en una liga extranjera no garantiza el buen desempeño de un jugador en un equipo nacional, prácticamente todo hincha diría que la Selección debe contar con los mejores jugadores disponibles sin importar sus condiciones económicas. Ya que en el deporte los ingresos tienden a reflejar los resultados, los aficionados aceptan la premisa -así sea de manera tácita- de que la desigualdad es deseable y beneficiosa.
Al pasar del estadio a las urnas, sin embargo, muchos de esos mismos aficionados apoyan medidas que buscan imponer la igualdad económica al castigar el éxito de quien sobresale. Un impuesto a la riqueza, por ejemplo, equivale el cobrar grandes sumas a una estrella de la Liga Española por jugar en la Selección Colombia; tal vez algunos aceptarían por patriotismo, pero los incentivos para representar al país se reducirían drásticamente.
La contradicción va más allá de lo evidente. Desde un punto de vista deportivo, el balompié es un juego de suma cero -sólo un equipo gana un torneo y los demás son perdedores- pero en el ámbito comercial, el éxito a gran escala implica el beneficio mutuo de quienes llevan a cabo transacciones voluntarias.
En términos empresariales, sobresalir significa establecer una posición dominante en un mercado sin intervención estatal o favoritismo, a diferencia de contender por márgenes bajos en un ambiente ultra-competitivo. En términos humanitarios, la desigualdad empresarial es conveniente porque una posición dominante establecida a través de un producto o servicio superior necesariamente beneficia a miles o millones de personas.
Amazon, por ejemplo, les permite a innumerables comerciantes y pequeños negocios vender sus productos sin la intermediación que solían dominar las grandes superficies. El menor costo, el acceso a la oferta y la comodidad de las entregas son grandes ventajas para los compradores. En el proceso, la empresa emplea a más de un millón de personas.
Jeff Bezos y los accionistas de Amazon arriesgaron su capital para cumplir dichos objetivos. Su enorme riqueza no ha surgido a costa de la sociedad, sino exclusivamente en su beneficio. Dentro del libre mercado, la desigualdad es altamente provechosa.
No obstante, la desigualdad es dañina si es producto de la coacción estatal y del favoritismo burocrático. Actualmente, hay altísimos salarios en el sector público; hay empresas con posición dominante gracias al proteccionismo del Estado; hay inflación en los precios de los activos por causa de la manipulación monetaria. Todo a costa del consumidor y del contribuyente.
Cada día, los “Pepobucos” (la clase de periodistas, políticos, burócratas y académicos que domina el discurso público colombiano) denuncian la falta de igualdad con más vehemencia. Es necesario responder que, mientras ésta surja en el libre mercado, ¡viva la desigualdad!